Al momento de hacer el pollo debemos tener mucho cuidado. Usualmente sabemos cómo hacerlo, pero a veces necesitamos unos trucos caseros para que no falle ningún detalle. Hoy en Trome queremos contarte por qué no debes quitar los huesos y la piel al pollo antes de cocinarlo.
El pollo, a pesar de ser una de las carnes que más se consumen en el mundo, es también una de las que más se maltratan a la hora de cocinarlas y manipularlas en casa. Por alguna razón la carne de esta ave no es tratada con el mismo mimo o respeto que otros productos que son mucho más caros.
Por qué no quitar los huesos y la piel del pollo
Comer carne de pollo poco cocinada es riesgoso para nuestra salud. Pero cuando está demasiado hecha, arruinamos su jugosidad y sabor, porque pierde toda la humedad. Para evitar que el filete quede seco como una suela de zapato, hay que intentar que conserve parte del líquido que contiene.
Una buena forma de conseguir que la carne conserve parte del líquido que contiene es cocinarla con la piel y los huesos. Muchos quitan la piel para evitar tentaciones, pero no deberían: la piel da sabor al plato aunque no te la comas y protege al pollo del calor excesivo, ayudando a mantener la humedad.
Los huesos también absorben calor, lo que aumentará el tiempo de preparación pero quedará exquisito. El hueso es conductor del calor, si es uno exterior que está en contacto con el fuego, se calienta y transmite la temperatura a la carne, con lo cual mejora la cocción y quedará mucho más rico.
Aunque no tengamos intención alguna de comer la piel y, evidentemente los huesos tampoco se vayan a comer, si cocinamos la carne de esta ave con ellos, siempre tendremos un pollo más jugoso que si retiramos ambas parte, sobre todo cuando se trate de asarlo en el horno o cocinarlo en las brasas.