A pesar que hace 32 años se fue de este valle de lágrimas, el escritor norteamericano Truman Capote sigue siendo noticia. Que una casa de subastas de Los Ángeles haya puesto en puja parte de sus cenizas, ha dado la vuelta al mundo. Las ofertaron por 43 mil dólares. El autor de la monumental novela ‘A sangre fría’ (1966), que lo catapultó no solo al reconocimiento de la crítica como el padre de la ‘novela no ficción’, sino que lo convirtió en una celebridad mundial, demuestra que vivo o muerto siempre generará controversias. Este columnista ha escrito ríos de tinta sobre él. Sus libros están en mi cabecera. Truman era un genio. Y también un demonio. Sorprendió al mundo al alcanzar la fama precozmente con su libro ‘Otras voces, otros ámbitos’ (1948). Cuando le preguntaron cómo había logrado escribir una novela tan redonda a los 23 años, respondió: “Empecé a escribir a los ocho años de edad, sin ningún ejemplo que me inspirara. No había conocido a nadie que escribiera: en realidad conocía a bastante poca que leyera”. El escritor había nacido en Nueva Orleans, Louisiana, tradicional estado sureño. Se crio en granjas típicas y bosques salvajes que atemorizaban a un niño mimado por su madre, una bellísima mujer del sur, Lillie Mae, quien andaba de farra en farra porque estaba sin marido y dejaba abandonado a su hijo con sus familiares, hasta que se casó con un apuesto hombre de negocios, de ascendencia cubana, Joe García Capote. El padrastro adoptó a Truman como hijo, lo llevó a vivir en una zona residencial de Nueva York y le dio estudios. En gratitud, adoptó su apellido. En el prefacio de su imprescindible libro ‘Música para camaleones’, confiesa: “Un día empecé a escribir sin saber que me encadenaba a un noble, pero impiadoso amo”.
Después de su éxito inicial, busca nuevos horizontes. Su más grande novela, ‘A sangre fría’, no fue obra de la casualidad: “Desde hacía muchos años me sentía atraído hacia el periodismo. Como una forma de arte en sí mismo. (...) Yo quería escribir una novela periodística, algo en mayor escala que tuviera la verosimilitud de los hechos reales, la cualidad de inmediato de una película cinematográfica, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía”. Él contó que una mañana de 1959, leyó una pequeña noticia en el ‘New York Times’. Era sobre el cruel asesinato de un acomodado granjero, Herbert Clutter, su esposa Bonnie y sus dos hijos adolescentes. Crimen que había horrorizado al pueblo de Holcomb, en Kansas. “Un misterioso instinto guió mis pasos hacia el tema”, reveló. Convenció a los editores de la revista ‘The New Yorker’ para que le financien un viaje con el fin de escribir crónicas sobre el crimen y las investigaciones policiales. Truman logró ganarse la amistad del jefe a cargo del caso, Alvin Dewey, que al principio desconfiaba de él. Gracias a esos contactos, Truman tuvo libertad para conocer detalles no divulgados a la prensa. Pero todo cambió para el escritor cuando en tiempo récord cayeron los asesinos. Dick Hickock y Perry Edward Smith, quien era de ascendencia india norteamericana por parte de madre. Ambos eran convictos con libertad condicional, que pensaban que iban a encontrar diez mil dólares en la casa, pero solo robaron ¡¡20 dólares!! Capote decidió quedarse al juicio. Por sus contactos y carisma personal logró tener acceso a la cárcel, a visitas diarias a los asesinos. Quería saber qué puede llevar a un hombre a cometer un crimen tan atroz. Sus detractores aseguran que Dick no creía en las buenas intenciones de Truman, a pesar de que les consiguió abogado y beneficios porque era amigo del alcaide. Y que enamoró a Perry porque era más débil. Su biógrafo oficial, Gerald Clarke, refuta eso. Para él, Capote se enamoró del asesino. Pasó varios años en Kansas visitándolo y a su hermana india. Hasta les arregló una sesión de fotos con la revista ‘Life’. Otros sostienen que Capote entró en un conflicto cuando decidió terminar la novela, pero faltaba el final: la ejecución de los despiadados asesinos. Allí se vio preso en su propia telaraña. Les había prometido que los libraría de la horca, pero en ese momento necesitaba la ejecución para terminar el libro. Más aún, si ya había leído en público el primer capítulo de la novela, a la que ya había puesto un título lapidario, a decir de los convictos: ‘A sangre fría’. La crítica se rindió a sus pies y los editores reclamaban que la terminara cuanto antes. Truman se refugió en España. Según dicen, en ataque de nervios. Hasta que, por fin, pusieron fecha a la ejecución. El escritor valientemente asistió al ajusticiamiento. Cuando le preguntaron si le había resultado ‘excitante’ entablar amistad con asesinos múltiples, respondió: “¿Excitante? Si necesité cinco años de psicoanálisis para sacarme toda la mierda que llevaba encima”. Este columnista solo puede decir que se inmoló y lo arriesgó todo, hasta su estabilidad emocional, para escribir su obra maestra. Después anunció que trabajaba en lo que sería ‘su mejor obra hasta ese momento’, ‘Plegarias atendidas’. Cuando se publicó un capítulo de adelanto, fue un escándalo. Allí contaba secretos inconfesables, como abortos e infidelidades, que le habían confiado los ricos y famosos con los que se iba a las fiestas más exclusivas. Lo hicieron a un lado y su estrella se fue apagando. Moriría en 1984, a los 59 años, solo y expectorado del jet set. Apago el televisor.
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