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Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por unos tallarines rojos con papa a la huancaína. Para tomar pidió chicha morada heladita. “María, en el Perú se ha instalado la ‘cultura bamba’, la cual se caracteriza por falsificar todo lo que se pueda, desde brevetes, ropa, entradas para conciertos, títulos profesionales y hasta certificados de descanso médico. También se piratea obras intelectuales, programas de computación, libros y hasta investigación científica.
Todos los peruanos sabemos que en el jirón Azángaro, entre negocios honestos, pululan oficinas y talleres donde por poca plata te dan una licencia de conducir, certificados de estudios universitarios y te hacen doctor en medicina en pocos minutos.
El Centro de Lima es, además, lugar donde se comercializan animales a vista y paciencia de las autoridades y a pocos metros del Congreso de la República. Venden canes shih tzu, rottweiler o pastores alemanes, que cuando crecen se convierten en animalitos criollos, porque de cachorritos les ondularon el pelo o hasta los pintaron.
Ni qué decir de Las Malvinas, lugar que todos saben venden celulares robados. La Policía necesita llevar un ejército de agentes para hacer alguna intervención, porque estos malos comerciantes los atacan con objetos contundentes. Antes pasaba con los discos o películas, que eran pirateados en casetes o MP3.
No podemos ser un país de ese tipo, donde el ‘vivo’ hace lo que quiere. Hay que aplicar la ley, porque de lo contrario viviremos en una especie de jungla salvaje, donde mande el más fuerte o el más armado. Miren lo que ha pasado en Haití, ese llamado Estado imposible. Las bandas armadas han prácticamente tomado el poder, desafiando a la policía y al ejército.
Grandes partes de Puerto Príncipe, la capital, son zonas liberadas donde manda el hampa. Aún estamos a tiempo de ganarle la guerra a la delincuencia, informalidad y piratería. No podemos aspirar a ser un país del primer mundo con la existencia de mafias de falsificadores. Ya lo saben”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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