Mi amigo, el redactor gigantón ‘Barney’, llegó al restaurante por su papa a la huancaína con sus tallarines rojos con pollo y su jarra de chicha morada.
“María, nadie para el siniestro accionar de los sicarios. En el fin de semana me tocó cubrir tres asesinatos cometidos por estos miserables. En Comas, a plena luz del día, dos delincuentes en moto acribillaron en su auto a un trabajador de construcción civil. En San Martín de Porres, al mediodía, pistoleros en moto asesinaron a un pasajero de una combi en medio del terror de los usuarios y testigos. La víctima era un ‘jalador de pasajeros’ de la zona.
Y por último, el más execrable, la muerte de un adolescente de 15 años a manos de gatilleros en la puerta de su casa. ¿Es que nadie puede detener este río de sangre? Las estadísticas arrojan que cada mes se producen 40 asesinatos a manos de sicarios. Esas cifras me hicieron recordar lo que se vivió en la ciudad de Medellín en los tiempos del ‘Patrón’ Pablo Escobar. Para eso, busqué al legendario periodista de policiales ‘El Sonámbulo’. ‘Mira, coleguita -me dijo el maestro-, hasta 1991 se contabilizaban 91 mil asesinatos en esa ciudad. Con justa razón, la más peligrosa y con mayor índice de crímenes de América Latina. Escobar reclutaba a un ejército de adolescentes a los que pagaba mil dólares por matar a un subalterno y cinco mil por matar a un oficial de policía.
En diciembre de 1993 mataron a Escobar y comenzó un cambio revolucionario que logró que para el 2013 la tasa de asesinatos se redujera a 800 por año y fue elegida como ‘La ciudad más innovadora’ en el concurso ‘City of the Year’.
¿Cómo así se produjo ese milagro? El primer paso para erradicar la violencia fue volcar a un ejército de educadores a las zonas más violentas e inaccesibles de la ciudad. El proyecto ‘Medellín, la más educada’ necesitó de una fuerte inversión financiera, pero valió la pena. Se reconstruyeron las escuelas, dotándolas de computadoras, Internet, refrigerio, útiles para los más pequeños, y educación nocturna para los padres analfabetos.
Tuve la suerte de viajar a Medellín para ver con mis propios ojos algo que me resistía a creer. Allí me entrevisté con algunas de las personalidades que tuvieron que ver con esa transformación: ‘La escuela y la educación se convirtieron en un freno a la violencia. También se inculcó la limpieza y el amor por la ciudad’, sostuvo Carolina Lopera, una de las impulsoras de un proyecto que ciudades como Lima deberían imitar’”.
Pucha, ojalá que las autoridades en el país sigan este gran ejemplo.
Me voy, cuídense.