El Chato Matta llegó al restaurante por un humeante caldo de gallina con presa grande, huevo duro, papita amarilla, limón y rocotito molido. Tenía los ojos rojos de la amanecida. “María, el viernes estaba en mi casa tranquilito, me había bañado para echarme en mi camita y ver la quinta temporada de ‘El marginal’ en Netflix, pero el gran Pancholón me timbró eufórico.
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‘Chatito, no seas malo, somos los que somos, la noche es joven. Vente ahorita. Además, estoy con un personal serio y una botella de Cartavio XO. De ahí nos vamos pa’ La Habana en La Posadita’. La verdad es que dudé, ya no corren las amigas de Pancholón. Todas son ‘diqueras’ y están con uno y otro. Hasta da miedo porque los ‘mata tiru, tiru la’ están por todos lados.
Al final, el gordito me convenció y bajé al ‘point’ del maestro. Apenas llegué, lo vi movidito y cantaba una salsita de Josimar que le gusta: ‘Yo soy un vagabundo/ Que anda por el mundo/ Derrochando amor/ Yo soy mujeriego/ Pobre, muy sincero/ Con el corazón/ Me gusta la farra y las mujeres buenas/ Vivir con amigos, vaciando botellas/ Me gusta la vida, me encanta el amor/ Soy aventurero, con el corazón/ Y a mí me gusta la parranda/ A mí me gustan las mujeres...’.
Avanzaron los tragos y Pancholón me dijo: ‘Chato, no soy malo, no puedo ser fiel a ninguna. Todas pasan y al día siguiente no me acuerdo, pierdo la memoria. Pero este gordito no es de piedra, también tiene su corazoncito. La semana pasada me encontré con un viejo amor. Esa mujer, hace veinte años, me volvió loco. Estaba casado, hice sufrir a mi esposa. Me perdía todas las semanas con Marita.
Su viejo era un marinero europeo que tuvo solo una noche de placer con su mamá chalaca y, al día siguiente, se embarcó a Tailandia. Tenía una mezcla exótica y era una fiera en la cama. En verdad, me enamoré, pues era salerosa, graciosa y a sitio donde llegaba era admirada y todos me querían partir.
Como nunca quise irme a vivir con ella, se cansó y apareció un gilazo que siempre la pretendió. Un ingeniero de su barrio que se iba a Estados Unidos y le propuso matrimonio. Ella aceptó. Tres días antes de la boda religiosa, estábamos despidiéndonos en La Posada. Allí, ebria de ron y lujuria, me susurró en la oscuridad de la habitación: ‘Pancho, si me llevas a vivir contigo y tenemos un hijo, dejo al ingeniero’.
Yo le respondí: ‘Marita, yo soy callejero. Conmigo serás infeliz, anda con ese muchacho y haz tu vida. Yo no sirvo para esposo’. Me gustaba mucho, pero la dejé partir. Hace un mes llegó sola de Estados Unidos y me buscó. Pucha, ¡qué desastre! A veces es mejor no reencontrarse con los viejos amores y conservar los buenos recuerdos. Mi ley es ‘en la calle jamás te enamores...’. Ya estoy tío para hacer papelones’”. Pucha, ese Pancholón es un cochino, mujeriego y sinvergüenza, de viejo se va a quedar solo por haber engañado a tantas mujeres. Me voy, cuídense.
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