El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso chanchito a la caja china con papitas doradas, ensalada fresca y ajicito molido. Después pidió una jarrita con agua de cebada calientita. “María, el viernes estaba por irme a casa y me llegó un mensaje de ‘wasap’. ‘Chatito, tú eres mi hermano, mi único amigo, estoy mal, te espero en mi depa de soltero, no me falles...’.
La verdad es que me preocupé por el gordito mujeriego. Tantas amanecidas y noches interminables de alcohol deben estar pasándole la factura, pensé. Llegué volando y lo encontré echadito. Apenas me vio se alegró. ‘Causa -me dijo-, casi no la cuento. Todo por culpa de mis amigos, los abogados del Callao, quienes me vieron bajoneado porque me había salido mal un ‘business’ y me presentaron a una modelito para levantarme el ánimo.
‘Doctor, se le ve cansado y ojeroso, bote el estrés con una buena encerrona, olvídese de las audiencias’, me dijeron. ‘Somos los que somos, bingo, dame que te doy’, grité emocionado y enrumbé a La Posada, donde me abren las puertas a toda hora porque llevo entrando más de 25 años a ese point de los infieles. ‘¡Uy, este gordito no creo que me vaya a hacer ni cosquillas!’, escuché que murmuró la flaquita y me puse bravo, como esos toros que recién salen en las corridas.
Pedí whisky etiqueta dorada y salsa clásica de la Dimensión Latina: ‘Ahora resulta que no soy el hombre ideal para ti/ Y andas diciendo por ahí que no me quieres/ Que te cansaste ya de mí/ Que ya mis manos no te dan la sensación y ese placer que ahora prefieres… Pero recuerda que te marqué con mi piel/ Y que te hice mujer a mi maneraaaa…’.
Todo estaba bonito y pensé ‘voy a dejar bien a los varones con mi espectacular y legendario salto del chanchito’. Me tomé la milagrosa pastillita azul y booommm. Apenas empezó la función me comencé a sentir mareado. Me dolía el pecho, mi corazón estaba acelerado. Estoy seguro de que le pusieron algo a mi vaso de whisky. Chato, tú sabes que soy sano. Nunca me he metido esas porquerías por la nariz, solo mi traguito y mujeres. Pero siempre fui inquieto.
Me han querido atrapar, hacer la camita, el corralito y hasta brujería cuando encontré un muñeco gordito clavado con un montón de alfileres en la puerta de mi casa, pero nadie puede cambiarme. La cosa es que lo último que recuerdo es que todo se nubló. Quería abrir los ojos y no podía. A lo lejos escuché que gritaban ‘se muere, se muere el gordo...’.
Desperté en la cama de mi casa. No me acuerdo de nada. Chato, los años no pasan en vano, pero los viejos guerreros mueren de pie, así que estoy esperando recuperarme y hacerla bonita, la noche es joven, la pampa es para todos’”. Ese señor Pancholón es un cochino y mujeriego. Ni porque está enfermo deja de contar sus sinvergüencerías. Me voy, cuídense.
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