El Chato Matta llegó al restaurante por un chanchito a la caja china bañado en cerveza, con papitas doradas y ajicito molido. Para calmar la sed pidió una jarra con emoliente y cebada. “María, el viernes me timbró el gran Pancholón y grito: ‘Papá, somos sauna, en el privado, solo para nosotros. Baja urgente. Somos los que somos’. Se había amanecido en la Barra Puchunguera y olía a ron y pisco. ‘Chato, me dijo, la vida es una sola. Hay mucha gente que me envidia, me sonríen y abrazan cuando los veo y me clavan los puñales por la espalda. Esos son fuleros y lo peor es que están en mi entorno. Acá en el sauna me relajo, esto me gusta, pero sin sapos rabiosos ni largadores… Yo soy desconfiado. No creo ni en mi sombra. Tú eres mi hermano, sabes que soy de piedra, pero mi también late. A veces, me siento solo. No me quejo, porque es la vida que elegí. Tuve para hacer una vida tranquila con mi esposa, una señora decente y de casa, pero me aburría. No soportaba. En las madrugadas quería salir corriendo de la casa. Trampear es mi vida y así moriré. Desde chiquillo, cuando una prima mayor abusó de mí, me volví ‘podrido’.

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Me gusta la calle, la noche, el olor a perfume y tinte barato de las canallas. El colorete bamba y los calzoncitos sucios. He tenido mujeres a montones, pero pocas dejaron huella. El otro día estaba por la avenida La Marina y me encontré otra vez con Marita. Nunca podré olvidarla. Recuerdo que cuando la conocí la invité a tomar unos tragos y ese mismo día hicimos el amor. Era guapa y andaba siempre con minifalda. Cuando salíamos con amigos, había varios abogados que me querían ‘partir’, pero se iban de cara. Algo mío la atrapó. ‘La verdad, Panchito -me decía-, apenas te vi me caíste bien. Después me hablaste y me maté de risa con tu chispa’. Ella me gustaba mucho, pero igual la engañé. Es mi naturaleza. Es como una enfermedad, reconozco que no puedo con mi genio y la perdí porque le saqué la vuelta con una de sus mejores amigas.

Marita nunca me perdonó y se metió con un ingeniero que tenía plata y siempre babeaba por ella. Las malas lenguas decían que pateaba con los dos pies, y cuando se tomaban unos tragos se le ‘chorreaba el helado’, le ‘sudaba la espalda’. Ella sabía, pero se hacía la loca y por eso me buscaba. Lo cierto es que a los meses salió y se casó. Sus amigas me decían que seguía templadaza de mí y lo hacía por despecho. Una noche la volví a ver. Me dijo que estaba separada de su marido y una de las razones era que el ingeniero era tan monse cuando hacía el amor que no duraba ni 3 minutos y se quedaba dormido. Volvimos a demoler hoteles con furia. Disfrutamos tanto del sexo que, a veces, subía el cuartelero porque Marita hacía mucha bulla. Parecía que la estaban ahorcando. ‘Ah, ah, ah’, gritaba y los cuarteleros me tocaban la puerta.

Un día llamaron hasta una ambulancia, porque pensaron que se moría de un ataque de asma. Una noche se puso a llorar en mi hombro: ‘Panchito, los hombres son una basura. Tengo miedo de volver a sufrir, siempre te amé y me trataste como a una de tus mujerzuelas con las que sales, pero si tú decides quedarte conmigo, te voy a ser fiel toda la vida’. Perdió la flaca. No creo en las actrices que lloran. Esa noche, antes de hacer el amor, decidí que sería la última vez que nos íbamos a ver. Era la despedida, así que ofrecí una de mis mejores faenas y corté rabo y orejas. Un poco más y salgo en hombros de La Posada’”. Pucha, ese señor Pancholón se pasa de mujeriego, pero cuando sea viejo va a sufrir porque nadie lo va a amar de verdad. Me voy, cuídense.

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