Mi amigo, el Chato Matta, llegó al restaurante por un sabroso estofado de osobuco con arroz blanco, papita amarilla, rocotito molido y un jarra con refresco de maracuyá friecita. “María, todo el mundo habla del ampay del Chino Miyashiro y Del Portal. Justo me timbró el gran Pancholón, amo y señor de la noche, maestro de la cochinadita y el dame que te doy... ‘Causita -me dijo- tengo un Cartavio XO, baja urgente para darle curso.
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Chatito, esas pichangas las hice famosas yo en los años 90. Mi búnker era la canchita de Tarzán, en San Miguel. A mi peñita la llamaban ‘La Peña del Coyote’ porque había puras trampas y al final de los partidos armaba encerronas con orquesta hasta el amanecer.
Solo iba gente selecta, periodistas, abogados, empresarios, peloteros, tramposos y partidores. Me llaman unos sonsos para que haga puré al Chino y les digo: Soy varón y no me gustan los que la pegan de hombres perfectos. Esos son los peores. Un caminante tiene una y mil batallas en la calle y se gana y se pierde.
A mí no me seguían las cámaras, me perseguían las mujeres en vivo y en directo. Se lo que está viviendo el Chino, no lo conozco pero me han contado que es un tipazo, barrio y calidoso. Después que me separé de mi señora, viví la vida loca. Compraba mis colonias Ralph Lauren y Paco Rabanne, y andaba con polos Lacoste. Bajaba a salsódromos como La Ensenada y la Ley. Allí conocí a Dalia, bella morocha.
Pero sobre todo inteligente. Vivía por Miraflores y se vestía bien. Había estudiado en un buen colegio gracias a una tía, que murió justo cuando la iba a matricular en la Católica. Resignada, tuvo que trabajar de anfitriona en un restaurante de parrillas en Barranco, de donde la recogía a las dos de la madrugada, malhumorada porque todos los viejos se le mandaban’.
‘No sé por qué le gusté, sentí que me quería de verdad y me enamoré. Fue ella la que pulverizó el recuerdo de mi esposa. Una vez en La Posada, me dijo: ‘Cásate conmigo por la iglesia, así mis padres no se opondrán a que viva contigo’. Yo estaba dispuesto a todo, pero lo que nunca supe es que ella sufría una especie de trastorno de la personalidad. Así como me pidió casarnos, también podía ser fría y calculadora. Me tenía volteado.
Se desapareció sin decirme nada. A las semanas recibí el llamado de mi amigo ‘Cara de pan’, que me sacó la venda de los ojos: ‘Panchito, Dalia se bota con un tío más feo que Cachay, pero que pone whisky etiqueta azul para ella y sus amigos y amigas’. Después de semanas la logré ubicar. La arrinconé frente al depa que le estaba pagando el viejo ‘Cachay’. Ella me dijo asustada: ‘Panchito, tranquilo, vamos a un barcito, te invito unas cervezas’.
Allí me habló claro con sus ojos clavados en los míos: ‘Te mentiría si te digo que no me enamoré de ti, pero estoy cansada de vivir en la miseria y contigo no sería feliz. Hablemos claro, los dos somos de avance, caminantes... Pelearíamos a cada rato. El tío está loco por mí. Me dará todo, hasta un depa. Pancho, no me juzgues. Si quieres, y te lo prometo, nos vamos a seguir viendo y hacer el amor...’. Yo me alucinaba el ‘duro’ y ella golpeó mi orgullo y la mandé bien lejos’”. Pucha, ese sinvergüenza de Pancholón lo tiene bien merecido por cochino y mujeriego. Me voy, cuídense.