Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por una sopita con verduras y frejolitos, pollo frito con puré de papas y, para tomar, cebadita tibia. “María, tú sabes que yo soy de barrio popular. Criado por padres que, si bien no eran millonarios, me supieron dar lo esencial para sobresalir en la vida, pero siempre mediante el trabajo y el esfuerzo. No nos faltó nada, pero tampoco nos sobró. Junto a mis hermanos estudiamos y trabajamos para convertirnos en hombres de bien. Con el paso de los años vi que mis amiguitos de la cuadra, con los que jugaba a la ‘chapada’, a ‘mundo’ o a ‘matagente’, cayeron en el mundo de la delincuencia y la drogadicción. Es que sus padres no se preocupaban por ellos y los dejaban a su libre albedrío. En mi caso, mis viejitos eran estrictos y a la vez querendones. Todos en casa teníamos tareas, como lavar los platos, limpiar la casa, hacer los mandados o ayudar en la cocina. Y las horas de ocio como de estudio eran estrictas. Si me decían que debía regresar a las 6 de la tarde de jugar fulbito con mis amigos, yo regresaba cinco minutos antes. Si no lo hacía, castigo. Al otro día no salía. Y las cosas me las tenía que ganar con esfuerzo.
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Si pedía una pelota o un juguete para Navidad, mis notas debían ser buenas. Pobre que mi libreta saliera con rojos. Pucha que mi viejita me daba con el chicote y encima no tenía nada en el árbol de Nochebuena. Así me acostumbré a trabajar mucho por un objetivo y que las cosas no llegan fácil sino a través de mucho esfuerzo. Mis viejitos, sin ser psicólogos, me forjaron el carácter y me educaron en valores. Mi familia fue unida siempre.
Mis ejemplos fueron mis papás, siempre muy trabajadores y esforzados para con sus hijos. Y estaban siempre cerca. No hay recuerdo en el colegio sin que esté presente mi mamá, pues papá no podía asistir por el trabajo. Pero él lo compensaba los domingos o feriados pues nos sacaba a pasear, aunque sea a la plaza de armas a comer un helado. Ellos estaban atentos para que no nos fuéramos por el mal camino. No sé cómo se enteraban de que alguien del barrio estaba en drogas o hacía cosas malas y nos prohibían seguir viéndolos. Más bien, promovían que hiciéramos deporte. Mi viejito era dirigente de un club de fútbol y siempre lo recuerdo que, con sus amigos, nos llevaban a entrenar o a jugar en tercera o segunda división de mi distrito. Cuando entré a la adolescencia claro que probé licor, pero nunca me pegué. Tenía miedo que mi papá me oliera al llegar a la casa y me diera una tunda de padre y señor mío. En mi época no había droga en la zona donde vivía y por eso nunca me la ofrecieron. Pero mis papás estaban atentos y sé que por ellos nunca las hubiera probado. Ahora veo que muchos chicos andan mal, pues provienen de hogares disgregados o separados. Lección para los que serán padres: dedíquense a sus hijos. Siempre estén con ellos. Nunca los abandonen”. Pucha, Gary tiene razón. Me voy, cuídense.