Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un lomito al jugo con arroz graneado, rocotito y, para tomar, un refresco de maracuyá con cubitos de hielo. “María, hay una frase repetida hasta el cansancio que molesta, pero que lamentablemente no deja de tener razón: ‘El peor enemigo de un peruano es otro peruano’.
Lo digo porque en este país hay gente que está pendiente de la persona que le va bien y ruega para que le vaya mal. Están detrás, averiguando cómo la está pasando. Si se enteran que tuvo un éxito, una alegría, entonces sufren, tienen un ataque biliar, envejecen de forma prematura. Maldicen llenos de envidia.
Si, por el contrario, a la persona que normalmente le va bien le toca perder, tropezar, caer en un error aunque sea pequeño, entonces esos pobres de espíritu se sienten plenos, felices. Se felicitan y, casi siempre, no pueden evitar comentarlo con amigos o con quien sea: ‘Lo dije, ya ves cómo no era tan bueno como se creía, está cerca su caída’.
Esa clase de persona no es feliz. No puede ser feliz cuando se alimenta del rencor y la envidia. Lamentablemente, gente de ese tipo abunda y están tan acostumbrados a vomitar veneno y malos deseos que ni cuenta se dan que provocan lástima. Las personas exitosas no están esperando que le vaya mal al vecino, al colega, al amigo, para sentirse bien. Eso es de fracasados.
El exitoso no es aquel que nunca se equivocó ni fracasó. Es exitoso porque al caer se supo levantar, aprendió de sus errores y mejoró. La vida es tan corta, tan valiosa y bella que no se puede ir por el mundo deseando que les vaya mal a los demás. Eso es envenenarse uno mismo, porque los malos sentimientos intoxican.
También es desperdiciar tiempo y energías de manera tonta e improductiva, porque el rencoroso está lleno de malos sentimientos hacia el otro, mientras que la persona objeto de esas malas vibras seguramente está feliz disfrutando de su vida, ignorando el dolor que consume al odiador gratuito.
Te comento todo esto, mi querida María, porque el primer paso para ser felices está en que decidamos serlo. Si nuestra elección es hundirnos en la envidia y revolcarnos en el fango del rencor, será por nuestra exclusiva responsabilidad.
Pero si en cambio de manera inteligente y madura decidimos dejar atrás las experiencias que no nos gustaron y enfocarnos en ser felices, en trabajar con alegría sin desear el mal al otro y en progresar, seguramente estaremos más cerca de la felicidad, o por lo menos de la paz, de la tranquilidad de mente y de alma, que ya es bastante.
Así que, como decía mi viejito: ‘No hay nada como estar en paz con el mundo, sin deberle nada a nadie. Dormir tranquilo, sin sobresaltos, no tiene precio’. Es cierto. Los jóvenes tienen que decidir ser felices y trabajar para lograrlo, cuidando de no ensuciar su mente y su alma y, para eso, tienen que alejarse de los envidiosos”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.