El Chato Matta llegó al restaurante por un tamalito de entrada y una chuleta con papas fritas y ensalada fresca. También se pidió un jarrita con agua de cocona. “María, soy varón, callejero, parador y el caso del ‘Chino’ Miyashiro y Óscar del Portal me puso a reflexionar. Abrí una botelita de ron y le di curso recordando a las mujeres que han pasado por mi vida.
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No soy como esos sonsos que se descartan en su casa y la pegan de ‘buenitos’ cuando son peores. Prefiero morir negado, jamás escupiría al cielo. Yo cometí muchos errores y pagué caro por eso, porque tuve que dejar mi hogar donde vivía con mis ‘chanchitos’, que son mi adoración, mi vida. No voy a mentirte diciendo que era fiel cuando estaba casado. A un hombre siempre se le presentan oportunidades en la calle para sacar los pies del plato, más aún cuando estás con carro, tienes un buen trabajo y crees que nada malo te va a pasar.
A Angelita la conocí en una fiesta que hizo mi amigo Pepe Lucho en su depa de soltero. Con sonrisa maliciosa me soltó: ‘Chatito, mejor no vayas porque sé que amas a tu señora y al tono bajarán las terribles de San Martín y tres modelitos que siempre salen en la tele’. Él sabía que sus palabras eran música para mis oídos. Llegué a la medianoche, con media res de pisco en el cuerpo. Crespita, castaña y encima se movía mejor que Paloma en la pista de baile. Angelita era la atracción de la noche. Todos los lobos, los partidores la acosaban, pero la saqué a bailar e hice un par de figuras que llamaron su atención.
‘Chatito, me haces reír. Ya me estaba aburriendo con tanto idiota que alucina que ya está en el hotel conmigo’, me dijo con un brillo en los ojos. Supe que estaba ganador y después de un par de bailes más le solté sin rodeos: ‘Vámonos de acá, este lugar no es para nosotros’. Nos escapamos mientras Pepe Lucho me miraba con envidia y mala leche. También le había puesto la puntería, pero ella me dijo: ‘Ese pata es atorrante...’. Terminamos en La Posada, donde perdí la noción del tiempo, mientras ella ronroneaba como una gatita.
‘No me equivoqué contigo. En cuanto te vi bailar supe que eras un gran amante’. Y mientras me pasaba las uñas por el pecho, me cantaba melosa al oído una canción del gran Willie Colón: ‘Que a besos yo te levante a rayar el día/ Y que el idilio perdure siempre al llegar la noche/ Y cuando venga la aurora llena de goce/ Se fundan en una sola tu alma y la mía...’. Empezamos a vernos seguido. De frente íbamos al hotel.
Los dos primeros meses todo fue felicidad. Me dejaba tan cansado que a casa solo llegaba a dormir. Hasta que cambió: ‘Contigo he hecho cosas en la cama que no hice con ninguno. Soy completamente tuya, te amo. Vámonos a vivir juntos’. Me hice el loco y le cambié la conversación. La segunda vez puso ojos de loca y me miraba fijamente: ‘Si te falta valor, no hay problema. Yo misma le cuento todo a tu mujer’.
No le podía permitir una amenaza así. ‘Dirás que estoy mal de la cabeza, pero a mi mujer la amo y no la dejaré por nadie. Menos por ti. Contigo solo es sexo, un ratito, un deseo, una pasión...’. Me hizo tremendo escándalo, lloró, gritó. ‘Yo te amo, te burlaste de mí, jugaste con mi amor’, decía. Se fue amenazándome con contarle todo a mi señora. Tuve que mudarme. Ahí me acordé de las palabras de mi viejito: ‘Cuida tu hogar que es un templo y se respeta’. Ahora me pongo en los zapatos de Del Portal”. Ese Chato también tiene sus historias, pero el cochino y sinvergüenza de Pancholón es peor. Me voy, cuídense.