El Chato Matta llegó al restaurante por un espectacular caldo de gallina, con presa grande, huevito duro y papita amarilla. “María, solo tú sabes mis secretos y eres una gran amiga en la que puedo confiar. Estoy mal de la próstata y mi médico me ha prohibido cebiches, aji y licor.
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Hoy vengo a saludarte por tu día, ya que no te voy a ver el domingo, te admiro porque eres una mujer empoderada. Eres una gran madre que no solo crias a tus hijitos, sino también trabajas y aportas para el hogar y me haces recordar a mi viejita ‘Chayito’, que criaba a seis hijos.
Era increíble verla haciendo seis loncheras y preparando al mismo tiempo el desayuno. Y después se iba a cobrar las ventas de telas para pañales que vendía, pues mi viejito trabajaba en una textil y en ese tiempo no había pañales desechables como ahora y tenía gran clientela. Recuerdo que a los ocho años canté por primera vez una canción a la madre del gran Manuel Acosta Ojeda. En mi salón del colegio se organizó un concurso de canto entre los alumnos de tercero de primaria. Mi mamá me enseñó la canción ‘Madre’.
Lo hizo con tanto sentimiento que hasta ahora me acuerdo perfectamente la letra. Mis amigos cantaron temas de Raphael, Marisol, Los Iracundos o Nicola di Bari. Mi canción emocionó al profesor que –creo- tenía a su madre enferma. Se le humedecieron los ojos y me declaró ganador con nota 20.
Hoy que soy un hombre recorrido y mujeriego comprendo el mensaje, el homenaje que un hijo libertino, bohemio y jaranero le hace a una progenitora abnegada, que sufre y teme que, por esa vida licenciosa, pueda sufrir algún percance y terminar mal. Esa primera estrofa lo expresa claramente: ‘Madre, cuando recojas con tu frente mi beso/ todos los labios rojos, que en mi boca pecaron/ huirán como sombras cuando se hace la luz’. Una vez, con esa sorpresa que da la vida, ¡conocí al maestro Acosta Ojeda!, que salía movidito de la taberna ‘Queirolo’ de Pueblo Libre.
El poeta me confesó cómo escribió esa canción. Estaba mareado una madrugada. ‘Había cantado en ‘El Botellón’, en vísperas del Día de la madre, y me fui a seguirla con mis amigos en el bar ‘El Silletazo’. En ese momento de la borrachera me acordé de mi madre y escribí los versos de la canción en una cajetilla de cigarros. Mi madre me lo había dado todo. Por eso sentí pena y remordimiento.
A las 10 de la mañana, cuando terminé mi autoconfesión, fui a mi casa. mi mayor halago es el reconocimiento popular’. Hoy, en millones de hogares de todo el país se cantará el inolvidable tema que don Manuel le compuso a su madre y ya pasó a la eternidad: ‘Madre, esas arrugas se formaron pensando/ ¿dónde estará mi hijo, por qué no llegará?/ Y por más que las bese, no las podré borrar/ Madre, tus manos tristes como aves moribundas/ ¡déjame que las bese! Tanto, tanto han rezado,/ por mis locos errores y mis vanas pasiones./ Y por último, madre, deja que me arrodille/ y sobre tu regazo coloque mi cabeza/ y dime: ¡Hijo de mi alma!, para llorar contigo’.
Tremenda canción, María, y con ella les hago un homenaje a ti, a mi madre y a todas las madres del Perú”. Pucha, ese Chatito es sentimental, espero que se recupere pronto y deje de andar con ese cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.