El Chato Matta llegó al restaurante por sus tallarines al pesto con su churrasco a la inglesa encima y su emoliente con cebada calientito para bajar la grasita. “María, sigo movido después del tremendo rumbón que armó Pancholón con la orquesta N’samble. Me dio la pensadora. Me puse a pensar en las vueltas que da la vida. Reconozco que perdí a buenas mujeres, como Anita, la mujer de mi vida. Después que terminé con ella por los malos consejos de Pancholón me sumergí en una vorágine de trago y mujeres. Al principio bacán, me sentía libre de cadenas, paraba con una y otra, pero después me di cuenta de que eran sentimientos más falsos que los besos de Melisa al ‘Gato’.
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Me porté mal con Anita. Pasada la euforia inicial, después de meses, me di cuenta de que no debí haber terminado con una buena mujer. Pero yo andaba como loquito y me lucía con mis nuevas conquistas, como Madeleine, la bailarina de cumbia que me cantaba la canción ‘Otra noche sin ti’: Y otra noche que paso sin ti/ que me muero por verte/ que yo siento estas ganas de amar/ ese loco quererte/ y otra noche que paso sin ti/ sin tener tus caricias ni amaneceres... Era chévere, pero tenía una pelea de gatos en la cabeza. Increíble, la chibola estaba jugando a dos cachetes con ‘Pipo’, un pelotero de la Copa Perú, y con este pechito. Al final ese triángulo terminó mal y me sentí burlado y busqué a Ana, pero ella ya tenía novio. Pasé por una época de turbulencias.
No me fue bien en mi matrimonio por mi mala cabeza. Pero los años pasan y uno tarde o temprano tiene que sentar cabeza. Regresé a la casa de mi viejita en San Juan de Lurigancho. Me dediqué a trabajar para darles todo a mis cachorros. Hace dos semanas estaba cerca de Plaza Norte y un mujerón me hizo desviar los ojos. Era una muchacha alta, con botas, un pantalón pegadito y una casaquita de cuero y un body que mostraban dos montes perfectos. ‘¿Chato? ¿Chato Matta? ¡¡Soy Evelyn, la hermana de Patty, tu enamorada del ministerio!!’. Increíble, cuando estaba con su hermana tenía doce añitos y la llevábamos al Parque de las Leyendas. ‘Chato, qué gusto, no he almorzado, te invito a comer un pollito a la brasa, como antes tú me invitabas’.
Evelyn era admistradora de dos spas, en San Isidro y Miraflores. Con razón estaba tan guapa y con ese cabello laceadito como me gusta. Me sorprendió y pidió un pisco sour. ‘No tomo cerveza porque engorda’, me dijo. Yo tomé mi roncito en las rocas. La conversación duraba más de la cuenta y ella pedía otro y otro coctel. Me contó que tenía novio. Un tipo con negocios en importación. ‘Pero es un atorrante, cree que todo lo compra el dinero. Es mujeriego, no sé por qué quiere casarse si no va a cambiar. Me da una tarjeta de crédito y cree que soy su esclava. No sé si soy idealista, pero me gustaría formar un hogar con un hombre que me haga feliz’. Se puso a llorar en mi hombro y nos dimos un beso prolongado. Esa misma noche terminamos en ‘La Posada’.
Nos despedimos y ella me dijo que me iba a llamar el fin de semana y me invitó a Paracas. ‘Juan Carlos, mi novio, se fue a Miami por negocios’. Le dije que no. Luego comenzó el acoso, me llamaba todos los días. Uno tiene calle, soy ‘zorro viejo’. Mi olfato me dice: de esta mujer no te enamores... Me gustaba mucho, pero no podía perder la cabeza por ella. Vas a terminar mal”. Pucha, ese Chato debería buscarse una chica decente, no como el cochino y sinvergüenza de Pancholón, que va a terminar viejo y solo. Me voy, cuídense.