El Chato Matta llegó al restaurante por un espectacular cebiche de ojo de uva, un arrocito con mariscos y su limonada con hierba luisa. “María, el viernes recibí el llamado del gran Pancholón. ‘Chatito -me gritó eufórico- somos sauna papá, funciona a puertas cerradas solo para gente elegante, nada de ‘sapos rabiosos’ ni largadores. Estoy hirviendo solito a más de 50 grados con eucalipto, muña, romero, manzanilla y cáscaras de naranja’.
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Entré a la cámara de vapor y Pancholón me abrazó. ‘Chato, tú sí eres barrio y varón. No como esos fuleros que te sonríen de frente y cuando te volteas te clavan el puñal, estoy harto de los traidores’, dijo. ‘Estoy movido, estuve tomando unas cervezas en el restaurante de ‘Cuto’ con mi chamita. Hasta ahora no puedo creer que hayamos quedado fuera del Mundial de Qatar. Tú sabes que el 2018 fui a Rusia a acompañar a mi selección y viví un fugaz romance con una hermosa chica de Moscú que dejó huella en este pechito.
La belleza de las rusas me dejó impresionado, pero saqué a relucir mi carisma y floro del Callao para conquistarlas. Conocí Saransk, Ekaterimburgo y al final Sochi, donde me enamoré de mi ‘Pancholona rusa’, así le puse porque su nombre era difícil de pronunciar, un amor. Para cautivar su corazón le relaté un gol de la selección de su país y se lo traduje por el celular, ella se emocionó y me dio un beso en la boca. Como ya había agarrado moral, puse a todo volumen: Con la misma moneda, te pagué infeliz/ ahora vas a saber lo que es ir por ahí/ a que se rían de mí, a que se burlen de ti/ y que te hagan la seña con los dedos así...’.
La salsa de Josimar le encantó a la coloradita y fui ganando terreno. Yo estaba en un hotel y ella me pidió que vaya a quedarme a su departamento para vivir juntos. Agarré mis chivas, le enseñé a bailar más salsa y en las noches campeoné con mi famoso ‘salto del chanchito’ que se volvió viral en TikTok.
Ella grabó un video y en su español masticado repitió varias veces: ‘A Pancholón lo quiero mucho...’. La despedida fue muy triste. Le dije que tenía que regresar a Perú y que un día volvería. Ella llorando me abrazó del cuello, me besó y dijo: ‘Pancholón, no me dejes...’. Todavía me sigue escribiendo para venir a Perú y que la lleve a Machu Picchu, pero ahora mi venequita ha conquistado este corazón de zorro viejo’... Todo está bonito, Chato, pero las amanecidas me están pasando la factura. Sufro de la próstata, el médico me ha dicho que no tome Viagra porque puede darme un infarto, pero los guerreros mueren de pie’”.
Pucha, ese señor Pancholón está mal de la cabeza. Su castigo, por mujeriego y sinvergüenza, es que se va a quedar viejo, solo y enfermo. Nadie lo va a cuidar. Me voy, cuídense.
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