Mi fiel amigo, el popular Chato Matta, llegó al restaurante por un espectacular sancochado con carne de res, pollo, papa, col y un choricito, que le da un rico sabor al caldo. Lo justo para esta época de frío.

“María, en estos tiempos de humedad y lloviznas, un hombre separado como yo sufre mucho, porque no hay quién te caliente la camita. Te voy a contar una anécdota con una de las flaquitas más dulces de mi juventud. Yo apenas tenía 22 años. Dina era una linda puneña con un rostro tan hermoso que los estudiantes de Bellas Artes la venían a buscar para pintarla. La conocí porque siempre la encontraba en la cafetería del instituto consumiendo un sándwich y su café negro.

Una vez le dije a boca de jarro: ‘Me gustan las flaquitas como tú, puro huesito, pero ya deja esa hamburguesa que las hacen con carne de caballo y cartón’. Ni por eso vas a engordar. Se mató de risa. Nos hicimos amigos. Era chancona, romántica y una lectora voraz. Trabajaba en un estudio de abogados y venía bien vestida. No tardé en estar con ella y nos dábamos la gran vida. Ella me invitaba a comer pollo y al cine, después nos íbamos a un hotelito de la calle Washington. No te miento que estuve tres años con ella, pero Dina empezó a impacientarse. Quería casarse, porque sus padres le decían que yo me estaba pasando de vivo. ‘Se me está pasando el tren, Chato’, me decía. ‘No te preocupes por el matrimonio, mi familia pone todo, hasta la orquesta’.

La verdad, María, yo no estaba preparado para el matrimonio. Sabía que Dina era celosísima, así que le tendí una emboscada. La sexy Helen se prestó para la maniobra. Me fui al hotel con ella. Un chismoso, de esos que nunca faltan, fue donde Dina y le soltó: ‘Amiga, ese Chato es una rata. En este momento está encerrado con Helen en tu hostal favorito. Vamos, yo te acompaño’. Dina esperó que yo salga y agarró de los pelos a la ‘manzana de la discordia’. Volvía a vivir la vida loca, mientras la flaquita, al tiempo, se paseaba con un nerd con cara de sanazo. Sus amigas me decían: ‘Chato, por tu culpa, Dina se va a casar con ese sonso’. A mí no me importaba nada, yo estaba saliendo con la que sería la mamá de mis hijos y estaba feliz. Luego me fui a trabajar al ministerio y dejé de ver y saber de la flaquita. Supe que tuvo dos hijos. Pasaron unos años y recibí una llamada: ‘Chato, soy Dina. Me gustaría conversar contigo’. Esa noche acabamos el día en un hotel de la Petit Thouars. Me dijo que su marido era una basura y se la pasó llorando. Esa noche comprendí que había cometido un gran error al volver a verla. A los grandes amores hay que recordarlos como fueron, inolvidables en nuestra memoria”. Pucha, ese Chato se merece que su esposa lo haya dejado por mujeriego. Ahora está solo y encima su mejor amigo es ese sinvergüenza de Pancholón. Va a terminar mal. Me voy, cuídense.

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