Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un espectacular sancochado de pecho de res, papa blanca, choclito, col, yuca y harto ajicito con limón. Para tomar, chicha morada. “María, las amas de casa lloran de verdad todos los días al ir al mercado. Es que la mayoría de los alimentos ha subido. Imagínate, la papa, que sirve de insumo a casi todos nuestros potajes típicos, ha subido al doble o triple. Ni qué decir del pollo o el pescado. A esto se suma que el balón de gas sigue caro y que hace poco se anunció un aumento de la tarifa de la energía eléctrica. Muchos dicen que no hay motivo para estas alzas, pues la gasolina ha bajado un poco y no se puede poner como pretexto al flete. Posiblemente ya se esté sintiendo la baja productividad pues hay escasez de fertilizantes. Si esto es así, sería la culpa de este inepto Gobierno, pues desde febrero que empezó la guerra en Ucrania, país productor de urea, el principal abono agrícola, el Gobierno anunció la compra de este producto, pero hasta ahora ni siquiera firma el contrato. Como siempre, el que paga los platos rotos es el sufrido pueblo peruano, ese del que se llena la boca el presidente Pedro Castillo.

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Ya casi no hay alternativas para que las amas de casa preparen el menú del día. Antes uno decía: si el pollo está caro, compra pescado. Ambos productos están fuera del alcance de los pobres. La cabrilla a 22 soles, la cachema a 23 y el ojo de uva a 25. Ni qué decir de la carne de res. Para muchos peruanos, eso es como comprar diamantes. A este paso, resurgirán los tradicionales corrales como los que había en mi niñez. Todas las casas de barrio tenían uno donde las mamitas criaban patos, pavos, pollos o cuyes, que servían para el almuerzo de días especiales o cuando había crisis económica. También había huertos, de donde se sacaban hierbas aromáticas o algunos ingredientes para la comida, como tomates o ajíes.

Según un estudio elaborado por la ONG CIT Perú, muchos peruanos han optado por tomar medidas como sustituir los alimentos que se encuentran con precios elevados por otros alternativos (41 %), otros prefieren ya no salir los fines de semana (32 %), mientras que otro grupo prefiere reducir las raciones de comida al día (22 %). Esto último es grave si en la casa hay niños. Estos necesitan comer nutrientes, vitaminas y calorías. No se les puede reducir su ración o tipo de alimento, como la leche, carne o menestras. Hay que ajustar por otra parte, como la vestimenta, diversión o salidas a comer a la calle. El que pueda hacerlo que lo haga. Quien no, que espere a que regresen las buenas épocas. Los ministros de Economía, Comercio y Agricultura deben ir pensando en algún plan para salir de esto. No se puede chocar con el alimento de la gente, en especial de los más pobres. Que escaseen los perfumes, televisores o ropa fina, pero nunca la comida”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

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