El Chato Matta hizo una videollamada para contarme las últimas. “María, el gran Pancholón se ha vuelto influencer. Tienes miles de seguidores y cuenta sus historias en el mundo de la noche. Hay empresas que lo están buscando para auspiciarlo cuando pase la cuarentena, pero son night clubs y marcas de preservativos. ‘Muchachos -dijo el gordito-, el varón debe ser parador. Soy humano y mi corazón también ha sido golpeado. Hace poco me llamó un antiguo amor del extranjero y recordé mis épocas de lujuria. Se llamaba Cindy. Esa mujer movió mi matrimonio. Con ella lo hacía en el parque, en el carro, en una escalera, en una piscina, en el suelo, en la calle, sin importarnos los ‘sapos rabiosos’.

Una noche la recogí de su casa y de frente la llevé a ‘La Posada’, el hostal de los infieles. Pero la noté rara. Antes de que me metiera a la ducha, me agarró de la mano: ‘Quédate un ratito más en la cama, te tengo que confesar algo. Panchito -me dijo-, he conocido un buen hombre y el próximo mes me voy a casar. Es un peruano que vive en Estados Unidos y está loco por mí. Ya ha venido dos veces, va a mi casa, nos lleva a comer a lugares lujosos con mi mamá. Nos fuimos al Caribe y acaba de regalarme un carrito. A mi madre no sabe cómo engreirla. Para su cumpleaños llevó mariachis y compró todo para la fiesta. Fue un tonazo’. En ese momento se me vinieron a la mente los días maravillosos que pasé junto a Cindy.

Las noches locas cuando hacíamos el amor en la arena de la Costa Verde y en el carro. Su confesión me dejó helado, pero al toque le hice la pregunta del millón de dólares. ‘¿Lo amas?’. ‘Nada que ver -me dijo-, pero es bueno, lo hago porque los años pasan y se me va el tren. Tú no me ofreces nada seguro, solo hostales al paso, sexo y eso no es vida para mí’.

De inmediato le propuse: ‘Cásate, pero no me dejes’. ‘Te lo prometo’, me dijo ella. Nos miramos y besamos apasionadamente. Esa relación con el ‘gringo’ era falsa. El hombre trabajaba duro en Estados Unidos, mandaba plata mensualmente y yo me escapaba con ella y lo gastábamos en trago y buena comida. Incluso, llegó el día de la boda y ¡¡yo era uno de los invitados en primera fila!!

Cuando me fui del matrimonio, me dio la pensadora. ‘Pobre pata’, pensé, pero hay hombres que llevan los cachos bien puestos. O como diría el gran García Márquez: ‘Los cachos también se heredan’. Cuando llegué a mi casa, me dieron ganas de abrazar a mi viejita y le conté todo.

Ella, mujer sabia, me dejó una frase: ‘Hijo, esa mujer no vale un peso’. Pero lo que me quedó grabado fue su consejo. ‘Tengo más de 50 años viviendo con tu padre en las buenas y malas, y a las mujeres de hoy solo les puedo decir una cosa: Sean fieles a sus esposos’”. Chato Matta, una más para tu libro. Ese señor Pancholón es un cochino sinvergüenza. Me voy, cuídense.



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