El Chato Matta se dedicó a tomar, cuando la mamá de sus hijos lo botó de su casa.
El Chato Matta se dedicó a tomar, cuando la mamá de sus hijos lo botó de su casa.

El Chato Matta llegó al restaurante por su cebiche de doncella y una chita frita con arroz y ensalada. Y para tomar pidió una jarra de limonada heladita. “María, me quemo por dentro. Estuve tomando unos tragos con Koki del Callao y necesito apagar este incendio. Yo soy el único culpable de todas mis desgracias, pero lo peor es que hice sufrir a varias mujeres, chicas buenas que me amaron con toda su alma y a las que yo les fallé.

La primera fue Dana, ‘La incondicional’. Con ella duré más de tres años y las promesas de matrimonio se hicieron añicos cuando Pancholón me decía: ‘Chato, eres joven para matrisuicidarte, termina con ella, no la sigas ilusionando. Cuando consigas una buena chamba, la buscas y ahí recién te casas’.

Le rompí el corazón a Danita, que al principio me lloraba, pero pasaron seis meses y como yo seguía viviendo la vida loca, se casó con otro. Ella hubiera sido una mujer ideal para mí, trabajadora, cariñosa, buena madre y fiel. Para mi martirio, el patita con el que se casó la hizo infeliz. Eso nunca me lo pude perdonar.

Luego de despechado me casé con una mujer buena, pero de la que no estaba realmente enamorado. Con ella tuve a mis dos ‘cachorritos’, lo mejor que me pudo dar. Pero en el ministerio conocí a la hermana de una secretaria, Viviana, una escultural morocha que había bailado en la peña ‘La Valentina’.

Comencé una relación y al poco tiempo me exigía que deje a mi esposa. Eso era imposible, nunca iba a abandonar a mis hijos por una que se metió conmigo sabiendo que yo era casado. Como rompí con ella se apareció en mi casa ¡¡con un bebito en brazos!! Y le dijo a mi mujer: ‘Este es el hijo del Chato, él ya no te ama’. Todo era mentira, ese era el bebito de su hermana, pero mi esposa le creyó.

Cuando regresé a mi hogar, había cambiado la chapa y mi ropa estaba en la puerta en dos maletas. Me dediqué a tomar ron todos los días. Pancholón me consolaba: ‘Chato, míralo por el lado positivo. ¡¡Estás soltero y somos los que somos!!’.

Después se cruzó Livia en mi camino, una antigua vecina de mi barrio que había emigrado a Italia y que siempre me hacía ojitos. Una noche demolimos un hotel de Lince y me dijo: ‘¡¡Chato, caro mío, tú eres mi bambino, quiero ser tuya para siempre’. Nos fuimos de viaje al Cusco. ‘Matta, nos vamos a casar en Roma. Regreso para arreglar todo lo del matrimonio y nuestro viaje de luna de miel en un crucero’, me dijo.

Pero María, en esos meses de soltería, Pancholón, como el demonio, me repetía: ‘Chato, esa vieja no es para ti. No seas malo’. María, fui muy malo con ella y la dejé, como dice la canción de Charly García: ‘Ella se quedó sin boda ni arroz’. En resumen, creo que las lágrimas de esas tres mujeres me cayeron como sal. Nunca pude conseguir una dama para formar un hogar”. Pucha, qué terrible historia la del Chato, pero se lo buscó por seguir los consejos de ese cochino de Pancholón. Me voy triste, cuídense.

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