Este Búho se sorprende de la rapidez con que pasa el tiempo. La novela de culto ‘Los detectives salvajes’, del chileno Roberto Bolaño, cumplió veinte años de su publicación. La pude leer gracias a mi colega, el periodista Julian ‘Choliño’ Peña. ‘Búho, te la presto –me dijo–, léela, no te vas a arrepentir’. ‘Choliño’ es un veterano hombre de prensa, especialista en ritmos tropicales y folklore, un difusor de talentos de las olvidadas provincias de la costa, sierra y selva del Perú. Este amigo bien podía ser uno de los poetas infrarrealistas mexicanos que lideraban los protagonistas de la novela, Arturo Belano, álter ego de Roberto Bolaño, y su ‘carnal’ Ulises Lima. Ambos se embarcan en una alucinante cruzada para encontrar a una mítica poetisa, Cesárea Tinajero, de la que solo saben que se autoexilió en el desierto de Sonora. A partir de allí, desfilan más de 52 personajes, en un rompecabezas alucinante que hace que la novela abarque varios géneros: tipo ‘road movie’, crónica urbana, historia de amores locos y odios, sexo, rebeldía, demencia, abusos de poder y obsesión. Como la cereza de la torta, también desfilan por la voluminosa novela los poetas peruanos del movimiento Hora Zero. En esas épocas de inicios de los setenta, la principal influencia poética de Bolaño era el movimiento poético creado en Lima por el mítico vate Jorge ‘Solito’ Pimentel.
Les contaba que ese libro que me prestó Julián Peña ya no existe. No se lo pude devolver. Lo destrocé aquel verano. Me achicharraba en las playas de la Costa Verde, El Silencio o Máncora, y no me metía al mar para seguir leyendo esas alucinantes aventuras de los poetas. A veces, me quedaba dormido, subía la marea y el volumen se mojaba. Andaba todo mohoso y se le desprendían las hojas, casi en ruinas lo terminé de leer. Era una verdadera obra maestra. Esa novela le cambió la vida al escritor chileno. Después del golpe de Augusto Pinochet, en 1973, se fue a vivir a México, donde fundó ese grupo de delirantes poetas. Pero se demoró muchos años en publicarla. La escribió muy lejos de México, más maduro y con una familia que mantener en un pueblito de la Costa Brava, Blanes. Su leyenda se acrecentó porque, para consolidarse como escritor, trabajaba en cualquier oficio para mantener a su familia, comprar libros y pagarse un café. Fue lavador de platos, guardián de un camping de verano. Participaba en cuanto concurso de cuentos había solo con el objetivo de ganar un premio en efectivo. Cuando la editorial Anagrama publica sus primeras novelas, ‘Estrella distante’ (1996), ‘La senda de los elefantes’ (1984) y la alucinante ‘La literatura nazi en América’ (1996), el chileno por fin pudo dedicarse a escribir a tiempo completo y el resultado fue su monumental ‘Los detectives salvajes’, obra que en una encuesta del suplemento cultural del diario El País, de España, ocupa el tercer lugar entre las más importantes escritas en español en los últimos 25 años, y pone a Bolaño como el novelista más importante de ese periodo. Por fin pudo disfrutar de la bonanza económica, pero no modificó su austero ritmo de vida. Salvo los viajes, las invitaciones y conferencias por el mundo, paraba encerrado escribiendo mañana, tarde y noche. Tenía un motivo de vida o muerte: los médicos le habían diagnosticado un mal hepático tan grave que le daban pocos años de vida. Vivía con el temor de morir y dejar en el desamparo a su esposa Carolina López y su hijos. Por eso, con el prestigio de haber ganado el Premio Rómulo Gallegos en 1999, se reunió con Jorge Herralde para negociar un contrato de libros futuros. Sacó cinco libros más: ‘Amuleto’, ‘Nocturno de Chile’, ‘Amberes’, ‘Una novelita lumpen’ y el libro de cuentos ‘Putas asesinas’. Ya con su mal avanzado, le propuso escribir una obra monumental a la que tituló ‘2666’, que algunos llaman su ‘testamento’, pues salió publicada en el 2004, un año después de fallecer, que es una radiografía de los detritus de la ciudad más peligrosa del mundo: Ciudad Juárez, México. La segunda hija del novelista tenía solo dos añitos cuando se quedó sin padre. Bolaño escribió más de dos mil hojas de ‘2666’ para que la publiquen por tomos, uno cada año, y así asegurar la educación inicial de la pequeña. Cuando murió, ya no vivía con su esposa Carolina, sino que tenía otra pareja, Carmen Pérez de Vega, quien lo llevó de emergencia a la clínica cuando entró en coma. El escritor le dejó los derechos a su esposa e hijos. Al final, la esposa se peleó con los amigos y editores del novelista, como Jorge Herralde, a los que acusó de ‘alcahuetear’ su relación con su nueva pareja, y negoció un millonario contrato con una editorial norteamericana que lanzó a Bolaño al mercado inglés con extraordinario éxito. Ahora anuncian más libros del chileno. Pero eso será motivo de otra historia. Apago el televisor.