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Este Búho leyó hace unos días que YouTube cumplió veinte años el mismo día que las parejitas celebraban San Valentín. La verdad que es una plataforma en la que más navego en el trabajo y durante mis tiempos libres, ya que puedo ver todo lo que me gusta y no encuentro en streaming. Este columnista, de niño, soñaba con ser tripulante de un submarino, desde que vio aquella entrañable serie de televisiva ‘Viaje al fondo del mar’, que se transmitía todas las semanas y mantenía en ascuas a grandes y chicos frente a la tremenda pantalla del televisor en blanco y negro.
Tan popular fue la serie que una famosa editorial sacó un álbum de figuritas y todos los infantes pugnábamos por llenarlo y jugábamos ‘bolitas’ con figuritas como premio. Los niños de ayer, sin internet ni celulares, éramos pura figurita, bolas y trompo, a lo que hoy los chibolos son videojuegos.
Confieso que con ‘Viaje al fondo del mar’ me inicié en el fanatismo de las series de TV. Y ello se debe a un señor pionero llamado Irwin Allen. Fue el creador de cuatro de las más grandes producciones televisivas. La ya mencionada (1964-1968), la entrañable ‘Perdidos en el espacio’ (1965-1968), la notable ‘El túnel del tiempo’ (1966-1967) y la fantástica ‘Tierra de gigantes’ (1967-1970). De más está decir que le debo mucho a estas series porque ampliaron mis horizontes.
Aprendí historia con ‘El túnel de tiempo’; astronomía, humanidad y también lealtad, amor, traición y cobardía con ‘Perdidos en el espacio’; zoología y botánica con ‘Tierra de gigantes’ y sobre las profundidades del mar, sus secretos y las relaciones humanas a través de ‘Viaje al fondo del mar’.
Nunca estuve de acuerdo con que tildaran a la televisión como la ‘caja boba’, ¡si yo aprendí en ella más de lo que me podían enseñar en la escuela! Pero volviendo al recordado programa de televisión ambientado en un submarino, la serie pegó porque en la memoria de todos estaban las proezas de los submarinos en la Segunda Guerra Mundial.
El mundo consideraba a esos hombres anónimos seres de otro tipo, que superaron la claustrofobia, la presión y se embarcaron en épicos combates donde el que perdía encontraba irremediablemente la muerte. Nadie se salvaba si torpedeaban a un submarino, cosa que sí sucedía con los barcos, donde se contaban sobrevivientes.
El almirante Harriman ‘Harry’ Nelson
Pero Irwin Allen primero diseñó un submarino futurista, como una mantarraya, el ‘Seaview’, y quien mandaba en él era el almirante Harriman ‘Harry’ Nelson (Richard Basehart), cuya homonimia con el legendario vicealmirante británico Horatio Nelson, héroe de la batalla de Trafalgar entre la Armada británica y las flotas francesa y española, no es casualidad.
Lo secundaba el recordado capitán Lee Crane (David Hedison), su brazo derecho, un hombre leal y que agregaba el lado humano con la tripulación frente al duro almirante, siempre hablando solo de ‘cumplir con el deber’.
Junto con ellos trabajaba un grupo de subalternos entrañables que hasta ahora recuerdo: Curly Jones, Kowalski, el teniente Chip Morton o Francis Sharkey.
Para diferenciarse de las películas de submarinos de la ya pasada Segunda Guerra Mundial, impera en la trama la ‘Guerra Fría’ y la latente amenaza de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética comunista.
Por esto, el pretexto del viaje experimental de este adelantado submarino es explorar las profundidades buscando una escapatoria a una posible destrucción de la vida humana, pero a medida que avanzaban los capítulos, estos se hacían más terrenales, como por ejemplo el sofocamiento de un motín, el hallazgo de una ciudad debajo del mar y un terrible peligro que los acecha en ‘El fantasma de Moby Dick’.
La presencia de un monstruo marino en ‘La criatura’, la aparición de una rata en ‘El traidor’ y de otra más gorda y peluda en el capítulo ‘El saboteador’. Un programa inolvidable que felizmente se puede ver en YouTube. Apago el televisor.
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