Robert Smith
Robert Smith

Este Búho no puede evitar que lo invada la nostalgia, ahora que faltan pocas semanas para un nuevo concierto de la legendaria banda postpunk inglesa The Cure. Estuve entre los 45 mil fanáticos que en abril del 2013 gozamos con un fastuoso concierto en el Estadio Nacional. Fueron tres horas en que la banda repasó todos sus ‘hits’ radiales y las canciones más experimentales y caletas de su prolífica discografía: ‘Close to me’, ‘In between days’, ‘Boys don’t cry’, ‘Lovesong’, ‘Just like heaven’, ‘The walk’, ‘Primary’ o su último gran éxito radial, ‘Friday I’m in love’, fueron coreadas por miles de gargantas de varias generaciones. Esa noche centenares de jóvenes llegaban con sus estrambóticos peinados que fueran la imagen de la banda liderada por Robert Smith en los ochenta, ‘look’ que también adoptó Miki González en las épocas de su disco ‘Tantas veces’.

Me permito ingresar al túnel del tiempo: Primeros años de los ochenta. Paralelamente a mis estudios en San Marcos y la participación en una revista universitaria, ‘La Casona’, tenía amigos que tocaban y andaban con la mancha del rock subterráneo. No todo era ruido y pogo. De esa cantera saldrían íconos de la vanguardia musical limeña como Daniel F, Wicho, de Mar de Copas, o Rafo Ráez. Pero también había grupos oscuros, como Voz Propia, de Miguel Ángel y el recordado ‘Bowie’ Carlos Magán. A ellos los seguía toda una mancha de patas ‘dark’, que se vestían de negro, con el pelo largo, como Robert Smith. De las discotecas más conocidas, donde se escuchaba esta música, estaba la No Helden, en el jirón Chincha del centro de Lima, y la Biz Pix, en Miraflores. Aquí recalaba un Jaime Bayly jovencito con un gabán negro. Asistían patas de negro, maquillados con los ojos delineados. La gente bailaba sola, frente a la pared. Eran las épocas del ‘single’ de The Cure ‘Killing an arab’ (Matando un árabe), basado en un libro de Albert Camus.

Este columnista caía en la No Helden y me topaba con una parejita del mismo sexo, de algunas que había en la oscuridad. El pata se alucinaba Robert Smith. Es más, parecía que trataba de verse idéntico. Maquillado, abrazaba a un adolescente. Eran zonas ‘liberadas’. Meses después entré a trabajar en un diario que hoy yace en el ‘cementerio de papel’. Una noche acompañé a una amiga fotógrafa a una comisión de policiales.

“Es en San Miguel, en la zona del acantilado. Han encontrado el cadáver de un chiquillo. De allí te invito a mi casa, está cerca, te quedas a cenar”, me propuso Evita. Al muchacho lo habían tirado al acantilado y tenía un balazo en la cabeza. Al verlo, no me pareció un maleante. No le habían robado la ropa y estaba bien vestido. Al rato llegaron sus padres y, al verlo, se arrojaron al cuerpo de su hijo.

“Es estudiante, tiene dieciocho años. Vivimos aquí cerca, en Pando, es universitario”, gritaban. Los tigres de Homicidios se llevaron a los padres para hablar con ellos. El jefe de Policiales tuvo un increíble sexto sentido: “Este caso nos puede dar sorpresas”. Mandó a un curtido redactor de policiales a seguir el crimen, porque tenía buenos contactos en Homicidios. A la semana el ‘tigre’ llegó con la ‘pepa’. Trajo reproducciones de fotos que loquearon a los policías. El adolescente asesinado estaba en esas fotos disfrazado de chico ‘dark’, con los ojos pintados de negro y peluca negra junto a un joven mayor, de unos 23 o 25 años, vestido y maquillado ¡igualito a Robert Smith! de The Cure. Cuando vi las reproducciones, casi me desmayo. ¡Era la pareja que había visto en la discoteca No Helden! El asesino ya había confesado. ‘Robert Smith’ —como le puso la policía— conoció a la víctima cuando esta tenía 14 años. Tenía un equipo de sonido profesional y lo alquilaba para tonos. Habló con los padres del muchacho para que lo ayudara en el trabajo y le iba a pagar semanalmente. Lo que no les dijo es que se aprovechó del menor con el cuento de darle chamba. De ese tiempo eran esas fotos que ‘Robert Smith’ guardaba celosamente debajo de su cama. Eran fotos pornográficas. Cuando a los dos años el chibolo ingresó a la universidad, conoció a una chica y se enamoró. ‘Robert Smith’ se loqueó cuando su ‘amigo’ le dijo para terminar la relación. Lo citó para ‘la despedida’ frente al mar ‘para tomar un vinito’. Ingenuamente, el muchacho le creyó. Allí lo esperaban dos zambos adictos a los ‘tabacazos de pasta’ a los que ‘Robert’ les había pagado para que mataran al joven. Pero en épocas de los jueces corruptos de Montesinos, el autor intelectual salió solo a los tres o cuatro años de la cárcel. Me cuentan que hoy anda merodeando, vestido de negro, más viejo y arrugado, por los parques de Magdalena y San Miguel. Y seguro estará en primera fila en el concierto de The Cure. Apago el televisor.

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