Este Búho cree que, ahora mismo, el miserable de Abimael Guzmán Reinoso debe estar ardiendo en el infierno, pagando por todas sus culpas. Murió como deben morir los insanos genocidas: solo, viejo y en una fría celda. Hoy por fin los cientos de miles de peruanos víctimas de su sanguinaria ‘guerra popular’ encuentran algo de paz y tranquilidad.
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Debo confesarlo, cuando me llamaron muy temprano para anunciarme su deceso, no pude sino sentir alivio. Por eso, esta columna está dedicada a los peruanos que padecieron sus crímenes y a los jovencitos que se preguntan de quién es esa foto del abuelo con barba de mirada diabólica que inunda las redes sociales.
Creo que no existen tiempos mejores como para leer y conocer la brutal historia del grupo terrorista Sendero Luminoso. Vivimos épocas en que el senderismo ha tomado un rol protagónico en nuestra vida política y es necesario saber frente a quiénes estamos. Coincidentemente, hoy se cumplen 29 años desde la captura de su líder, Abimael Guzmán, la mente más retorcida que haya podido conocer este país.
Muchos jovencitos universitarios me escriben: ‘Búho, ¿qué libro nos recomiendas leer para conocer al hombre que en su cabeza enferma se creía ‘la cuarta espada del comunismo internacional’, después de Marx, Lenin y Mao?’. Considero que una lectura indispensable es ‘La hora final’, una puntillosa investigación del periodista peruano Carlos Paredes, que relata la caída de Guzmán Reinoso a cargo del Grupo Especial de Inteligencia, conocido popularmente como GEIN. Incluso, este libro fue llevado a la pantalla grande con el mismo nombre y estuvo protagonizado por Pietro Sibille y Nidia Bermejo.
En su libro, Paredes reconstruye de forma minuciosa el ocaso de Sendero Luminoso y perfila al asesino serial arequipeño, a quien califica como un gestor de la revolución del proletariado y a la vez amante de costosos perfumes franceses y de cigarrillos norteamericanos. A su vez, narra la dura lucha que iniciaron valientes policías de inteligencia no solo contra los terroristas, sino también contra un Estado liderado por el siniestro Vladimiro Montesinos desde la sombra, que le ponía zancadillas y en diversas ocasiones, se sospecha, actuó a traición.
OPERACIÓN VICTORIA
Nunca olvidaré esa noche del sábado 12 de setiembre de 1992, cuando se dio la noticia de la captura del camarada ‘Gonzalo’ en la calle Los Sauces, en Surquillo, en la gran ‘Operación Victoria’, ejecutada por el equipo que capitaneaban los oficiales de la Policía Benedicto Jiménez y Marco Miyashiro.
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Y lo hicieron sin disparar un solo tiro. Aquella noche, los peruanos comenzamos a despertarnos de esa espantosa pesadilla llamada ‘la guerra popular de Sendero Luminoso’, que cobró la vida de miles de peruanos, entre ancianos, mujeres y niños. Pero los frutos de los policías no se cosecharon de la noche a la mañana. Fueron meses de trabajo dignos de una película de Hollywood, en que los agentes tuvieron que disfrazarse de lustrabotas, basureros, enamoraditos y choferes de compañías de luz para recabar información y dar el golpe certero y definitivo.
En ‘La hora final’, Paredes relata que fue idea de Benedicto Jiménez iniciar un método que optara por la inteligencia antes que la fuerza, como lo venían haciendo desde hacía más de 10 años sin ningún resultado. Entonces propuso crear un equipo especial que se encargue de enfrentar a los terroristas de manera no tradicional. Es decir, investigar para capturar y no capturar para investigar. Por ejemplo, sus primeras indagaciones, gracias a seguimientos, demostraron que los mandos altos de Sendero, lejos de esconderse en las periferias limeñas o en la sierra, como se creía, lo hacían en zonas residenciales, como San Borja o Miraflores. Celebraban sus ‘congresos’ con vinos costosos y fastuosos bufetes.
Por eso, el autor escribe: ‘Mientras decían hacer una revolución sangrienta en nombre de los pobres y explotados, de los marginados y oprimidos del Perú, ellos se daban la gran vida’. Se mudaron a ‘la mejor zona de la ciudad para disfrutar de todas las comodidades y exquisiteces de la ‘hambreadora oligarquía limeña’, como dirían en sus términos marxistas. Y no era una manera de despistar (a la Policía), sino un estilo de vida’.
Aquel 12 de setiembre de 1992, el ‘Cachetón’ se dejó atrapar y se comportó como un cobarde, porque se orinaba de miedo pensando que la consigna de los policías era asesinarlo. Por eso estaba quietecito y dejaba que su mujer, la despiadada ‘camarada Miriam’, Elena Iparraguirre, lo defendiera y gritara como una histérica: ‘¡No lo toquen!’.
El primero en conocer la noticia fue el presidente de Estados Unidos de ese entonces, George Bush padre, pues ese mismo día Alberto Fujimori se encontraba pescando en la selva peruana y su siniestro asesor Vladimiro Montesinos bebiendo whisky en una embajada. Al día siguiente, Abimael fue mostrado como un roedor, enjaulado, con uniforme a rayas y había sido enumerado con la fecha del aniversario de la Policía de Inteligencia.
Aunque creamos que un ciclo se ha cerrado con su muerte, no nos engañemos. Su pensamiento, sus ideas afiebradas y sus consignas siguen presentes en ciertos personajes que hoy rondan las instituciones públicas. Hay que seguir enfrentándolos. Apago el televisor.
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