Este Búho acaba de leer la definitiva última novela de nuestro premio Nobel Mario Vargas Llosa, ‘Le dedico mi silencio’ (2023). Escribo esta reseña con sentimientos encontrados con el novelista, soy de sus ‘hinchas’, alguien que salió de la niñez aprendiendo a ‘leer de verdad’ gracias a su novela ‘La ciudad y los perros’ o su entrañable cuento ‘Día domingo’, del libro ‘Los jefes’.
Bendigo a mi profesor de literatura Miguelito, que me hizo leer esas ‘joyitas’ en segundo de secundaria, en el emblemático Hipólito Unanue que este mes cumple 75 años. Y digo con sentimientos encontrados porque ya anunció que ‘colgó las teclas’ de la ficción.
No es casual que en su epílogo novelístico le dedique un homenaje a la música criolla. No es que en sus anteriores narraciones haya prescindido ese tópico. En ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’ (1986), el trágico personaje, el subalterno de la Fuerza Aérea, Molero, enamoró a la hija de un general tocándole valsecitos con su guitarra, o en ‘La tía Julia y el escribidor’ (1977).
Pero nunca había escrito una novela completa dedicada a un género que lo acompañó toda su vida y por el que mantenía un romance secreto revelado hoy por todo lo alto: la música criolla, los valses, los callejones jaraneros y sus protagonistas vigentes, como la gran cantante Cecilia Barraza o los que yacen el Olimpo como Felipe Pinglo Alva, el mítico miraflorino criollo ‘Karamanduka’, Lucha Reyes, Chabuca Granda y un difusor como Augusto Ferrando.
El protagonista es Toño Aspilcueta, un sanmarquino que se convierte en el mejor escritor especializado en criollismo, pero vive resentido porque la ‘élite intelectual’ argollera no lo reconoce. Pero escucha al mejor guitarrista criollo de la historia, Lalo Molfino, quien muere prematuramente y él se plantea un reto: escribir la historia del origen del vals peruano, su contribución a la unificación de una identidad peruana a partir de la ‘huachafería’, vista no como algo peyorativo sino como unificador de una identidad nacional, a partir del legado de Molfino.
Así que se embarcará en la titánica tarea de rastrear la historia de Lalo desde su nacimiento en Puerto Eten, Chiclayo. Toño se cita con la ultima persona que vio a Molfino con vida -o mejor dicho, en coma- con la cantante Cecilia Barraza.
Así la describe: ‘Desde siempre, aunque no le había dicho ni siquiera un piropo, estaba enamorado de ella. Era un amor secreto, que él disimulaba en el fondo de su corazón, convencido de que Ceci era superior a él, verdaderamente inalcanzable (...). Toño la observaba. Ella se mantenía muy joven. Él la recordaba, chiquilla, cuando la decubrió el Negro Ferrando en su programa en Radio América, con esa vocecita tan dulce y esos ojos...’.
La Historia de Le dedico mi silencio
La historia se desarrolla en momentos en que el país se encuentra quebrado a inicios de los noventas con Sendero Luminoso asesinando campesinos en la sierra y dirigentes populares en Lima. Aspilcueta vive en Villa El Salvador y su esposa le cuenta que una vecina le tocó la puerta desesperada y le dijo: ‘¡Me quieren asesinar esos dos que están en la esquina!’. La hacen pasar.
Era María Elena Moyano, dirigente popular que meses después terminaría asesinada por Sendero en una pollada. Creo que Vargas Llosa se planteó cerrar su ciclo novelístico de 60 años con una obra ambiciosa y bien peruana, que lo obligó a sumergirse en los archivos demográficos, históricos y sonoros de la historia social y musical de la Lima virreynal, republicana, hasta los primeros años de la década del siglo pasado, ‘cuando no existía ni la Plaza San Martín ni La Colmena’.
Apasionante ensayo sobre las fiestas de Pampa de Amancaes y el inicio de los primeros callejones debajo del puente, donde surgió el vals y se armaban las ‘jaranas de rompe y raja’ que duraban días. El momento exacto en que los ‘pitucos’ provenientes de barrios miraflorinos irrumpen en las fiestas en Amancaes o en los ‘llonjas’ inmensos de Monserrate, Malambo, blanquitos de ‘La Palizada’ comandados por ‘Karamanduka’, el músico jaranero y trompeador jefe de la patota.
Una última novela digna, con el mensaje de un hombre que tuvo una utopía allá por los noventas, tal como la tuvo su personaje Toño Aspilcueta, integrar al Perú a partir de su programa liberal cuando fue candidato presidencial. No lo logró. Toño vivió su utopía y también fracasó. Pero como señaló el propio Mario: ‘Pero a veces creer las utopías, por más exageradas o sueños ditirámbicos que sean, ayudan a vivir más feliz, como en el caso de Toño’. Gracias maestro por esta gran bajada de telón. Apago el televisor.
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