Mario Vargas Llosa falleció este domingo a los 89 años. (Crédito: AFP).
Mario Vargas Llosa falleció este domingo a los 89 años. (Crédito: AFP).

Este Búho recibe con profunda tristeza una noticia ayer domingo por la noche. Leo en un tuit que acaba de fallecer el peruano más universal, nuestro a los 89 años. Lejos de mezquindades y odios políticos, se debe ver la dimensión de un escritor de talla mundial. Este columnista se había enterado hace algunas semanas que su salud estaba deteriorada por un mal incurable, pero confiaba que saldría de esta.

Todos los que hemos disfrutado de la vasta creación literaria de nuestro ilustre escritor estábamos pendientes de sus actividades. Hace pocos meses lo vimos en redes sociales -gracias a su hijo Álvaro- recorriendo escenarios que ambientaron sus novelas: como el bar La Catedral, el jirón Huatica y el mismísimo colegio Leoncio Prado.

Por eso, ingreso al túnel del tiempo y me parece necesario recordar a nuestro Premio Nobel con la primera novela que lo catapultó a la fama y convirtió en ‘punta de lanza’ de lo que se llamó el Boom Latinoamericano: ‘La ciudad y los perros’. Me dirijo a los jóvenes. Para entender y amar al Perú, hay que leer a los grandes escritores de nuestro país.

Recuerdo que de niño, mi viejita me compraba con sus ahorros libros de literatura peruana que yo leía con pasión. Como ‘Los gallinazos sin plumas’ o ‘Los geniecillos dominicales’, de Julio Ramón Ribeyro; ‘El mundo es ancho y ajeno’ o ‘Los perros hambrientos’, de Ciro Alegría; ‘Yawar fiesta’ o ‘Los ríos profundos’, del gran José María Arguedas, y tantos más.

Pero una de las lecturas que más me impactó fue ‘La ciudad y los perros’, donde Vargas Llosa cuenta la historia brutal y apasionante de los escolares internos del Colegio Militar Leoncio Prado. ‘Los perros’ eran los cadetes nuevos de tercer año y Vargas Llosa fue uno de ellos. Quedó profundamente marcado en sus dos años como alumno del tercer y cuarto año de media, en ese ‘colegio de cholos’ donde lo puso su padre para quitarle las ganas de dedicarse a la literatura.

‘Por el contrario. Entre 1950 y 1951, encerrado entre esas rejas corroídas por la humedad de La Perla, en el Callao, en esos días y noches grises, de tristísima neblina, leí y escribí como no lo había hecho nunca antes y empecé a ser (aunque entonces no lo supiera) un escritor’, recordó el escribidor muchos años después en su libro de memorias ‘El pez en el agua’.

En esos dos años, además, el joven miraflorino se ganó el respeto y la admiración de sus compañeros, muchos de ellos salvajes, con la magia de su pluma: les escribía hermosas cartas de amor para las enamoradas.

‘Además, debo al Leoncio Prado haber descubierto lo que era el país donde había nacido: una sociedad muy distinta de aquella, pequeñita, delimitada por las fronteras de la clase media, en la que hasta entonces viví (...). La mayoría de nosotros llevaba a ese espacio claustral los prejuicios, complejos, animosidades y rencores sociales y raciales que habíamos mamado desde la infancia y allí se vertían en las relaciones personales y oficiales, y encontraban maneras de desfogarse en esos ritos que, como el bautizo o las jerarquías militares entre los propios estudiantes, legitimaban la matonería y el abuso’, abundaba el novelista en ‘El pez en el agua’.

¿Quién mató al ‘Esclavo’?

Una de las grandes interrogantes en ‘La ciudad y los perros’, desde que fue publicada, es si el ‘Jaguar’ mató al ‘Esclavo’ durante una práctica de guerra. A Vargas Llosa le volvieron a hacer la pregunta hace unos años y contestó así: “Yo fui a México a ver a un gran crítico francés, que dirigía la comisión de literatura de Gallimard. Él había leído mi novela y yo fui a verlo en su oficina de la Unesco. Me dijo que le gustó mucho el personaje del ‘Jaguar’ porque se atribuye un crimen que no cometió para reconquistar su autoridad sobre sus compañeros. Yo le dije: El ‘Jaguar’ sí cometió ese crimen.

Entonces, me miró y me dijo: ‘Usted se equivoca. Usted no entiende su novela. Para el ‘Jaguar’ perder el liderazgo era una tragedia infinitamente superior a la de ser considerado un criminal’. (Su versión) Me convenció, aunque cuando escribí la novela yo pensé que sí lo había matado”. Y remató con una frase genial: “Creo que es un gran error preguntarle a un autor cómo es esto o lo otro”. Es decir, para nuestro Nobel vale más la verdad del lector que la verdad del escritor. Es lo maravilloso de la literatura. Me quedé corto. Apago el televisor.

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