
Este Búho ha quedado totalmente sorprendido con las fotos que se acaban de revelar de nuestro poeta más universal: César Vallejo. El hallazgo hecho por el investigador Valentino Gianuzzi en archivos digitalizados del Ministerio del Interior de Francia son unas verdaderas joyitas. Datan de 1930, cuando el autor de ‘Trilce’ fue arrestado y acusado de pertenecer a una organización comunista. Eran pocas las imágenes que se tenían de nuestro vate, pero la que acaba de salir a la luz es una totalmente reveladora.
Un primer plano de su rostro, con una claridad que da detalles de sus ojos, sus labios, sus rasgos prominentes y ese gesto serio y sombrío del que mucho se ha escrito injustamente. A César Vallejo se le ha creado una imagen de hombre melancólico, taciturno, depresivo, cuando en realidad -según diversos testimonios- era un dandy, un bromista refinado y un bebedor de polendas. Bailaba y disfrutaba la noche como pocos.
Sí, padeció durante sus primeros años en Europa, a donde llegó muy joven, en 1923, después de vender sus pertenencias, pedir préstamos y cobrar deudas pendientes. En París inició una nueva vida. Sufrió por el idioma o porque no tenía trabajo fijo y apenas cobraba por los artículos que enviaba a un pequeño diario peruano.
Durmió en parques, pasando frío y hambre. Pero allá el poeta cultivó amistad con grandes literatos como Vicente Huidobro, Alejo Carpentier o Pablo Neruda, lo que significó un impulso en su creación. Su vida, aunque humilde, también tuvo buenas épocas. Colaboró con diversos medios peruanos y sudamericanos.
Ganó una beca importante que luego rechazó. Relató el escritor Juan Domingo Córdova en su libro ’César Vallejo del Perú profundo y sacrificado’ que el poeta, junto a su esposa Georgette, se alojaba en hoteles de dos o tres estrellas, solía visitar teatros, conciertos, conferencias y museos de manera constante.
Nunca faltó el vino en su despensa. Tuvo una vida nocturna muy activa y cuando se encendía arrastraba a sus amigos de café en café hasta las primeras luces del día. Gustaba de bailar en el ‘Gypsy’ o en ‘Les Noctambules’ y nadie lo paraba.
En sus últimos años quiso regresar al Perú, rehacer su vida aquí, hacer una familia, fundar una revista y asentarse en su pueblo natal, Santiago de Chuco, pero ‘los heraldos negros’ lo alcanzaron antes, un 15 de abril de 1938, un día de aguacero, luego de producir poemarios tan sólidos y profundos en lo emocional e intelectual: ‘Los heraldos negros’, ‘Poemas humanos’, ‘España, aparta de mí este cáliz’.
Su fama universal fue celebrada incluso por el maldito Bukowski, quien le dedicó: “Es muy difícil encontrar un hombre que escriba poemas que no te decepcionen. Vallejo nunca me decepcionó de esa manera./ Algunos dicen que murió de tanto pasar hambre./ Como sea, sus poemas sobre el terror a estar solo son, en cierto sentido, amables y no gritan./ Estamos cansados de casi todo el arte. Vallejo escribe como un hombre y no como un artista./ Está más allá de nuestro entendimiento./ Me gusta pensar que Vallejo todavía está vivo y caminando por la habitación, encuentro el sonido de sus pasos firmes./ Imponderable”.
Recuerdo con mucha emoción la vez que por encargo del director de este diario viajé hasta Santiago de Chuco, cuna de Vallejo. Allá pude entender la magnitud de su legado. Las calles llevaban su nombre y los niños recitaban sus poemas. Su casa se convirtió en museo. Quienes custodiaban su recinto me contaron entonces que muchos textos de Vallejo, escritos a mano, se perdieron. Incluso, algunos fueron cambiados por botellas de cerveza. Pero los vestigios y lo que lo inspiró siguen ahí en la casa, como el junco y el capulí en el centro del jardín.
A pesar de los años, sus poemas parecen haber sido creados a contrapunto de lo que sucede en estos momentos. ‘Los nueve monstruos’, poema que escribió en plena guerra civil española y pertenece al poemario ‘Poemas humanos’, puede bien recitarse en estos momentos de incertidumbre peruana: “¡Cómo, hermanos humanos,/ no deciros que ya no puedo y/ ya no puedo con tanto cajón,/ tanto minuto, tanta/ lagartija y tanta/ inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!/ Señor ministro de Salud: ¿qué hacer?/ ¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Nunca el vate estuvo tan vigente. Apago el televisor.
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