Este Búho, en pleno 28 de julio y en la mitad del soporífero mensaje de Dina Boluarte, recibe una llamada del director del diario. ‘Búho, escribe sobre las Fiestas Patrias que viviste en tu niñez y adolescencia, a tu estilo’. Me pongo a pensar en cómo ha cambiado el país.
Me agarro la cabeza para encontrar algo que describa la tremenda trasformación, no solo del país sino del mundo. Antes, en los días de Fiestas Patrias, uno se encontraba con los vecinos en el mercado o con el taxista y se les daba el ¡Feliz 28! con abrazo incluido. Hoy esa palabra ha desaparecido. Se colocan banderas en las casas, solo porque la municipalidad te pone multa si no lo haces.
Los jóvenes se saben más los nombres de los irrelevantes chicos que cantan reguetón, que los de los próceres de la Independencia. La vez pasada vi un reportaje en que estudiantes ¡universitarios! decían que el asesino terrorista Abimael Guzmán había sido presidente del Perú. En los años maravillosos crecíamos viendo series de TV como ‘Papá lo sabe todo’ o ‘Días felices’.
Los padres eran ¡los padres! ‘Te vas a dormir sin ver tele (la única que había en la casa)’, te ordenaban, y uno se iba sin chistar y ya requintaba o lloraba en el cuarto. Hoy, muchos niños se encierran en su dormitorio a voluntad, para convivir con su mejor amigo, ‘el celular’. No hay padre o madre que pueda derrotarlo.
Los profesores tampoco hablan ‘face to face’ con los padres. ¿Quién los entiende? Si el niño tenía problemas, se portaba mal o era rebelde, en mis tiempos los profesores te aconsejaban ‘póngale mano dura, no lo engría’.
Hoy, un padre le da todo a sus hijos, cosas inimaginables en tiempos pasados, como computadoras, patines, entradas para conciertos de sus ídolos juveniles, movilidad, gustitos, ropita, de todo. Pero si hoy se porta mal o es un rebelde sin causa, llaman a los padres y los psicólogos lo auscultan a uno como si fuera el ‘Monstruo de Armendáriz’.
Diálogo, sí, pero también una mano, aunque no dura, sí firme.
Según ellos, uno no comprende al ‘diablito’, perdón, al ‘angelito’. Los malos somos nosotros. Por eso, en miles de hogares la dictadura la ejercen los hijos y los padres les tienen miedo. ¡Se pueden volver suicidas... anoréxicos... rockeros subterráneos! No a los correazos de ayer y no a los chantajes infantiles de hoy. Término medio. Diálogo, sí, pero también una mano, aunque no dura, sí firme. Recuerden que el padre es padre y el hijo es hijo. No son amigos ni compadres.
Quienes fuimos infantes en la dictadura militar, en los años 70, crecíamos con la idea errónea de que vivíamos en un mundo perfecto. El general Velasco te decía que había reforma agraria y solo proyectaba la arenga de ‘¡campesino, el patrón no comerá nunca más de tu pobreza!’.
Me hace acordar al sinvergüenza y ladrón de Pedro Castillo que recibía bolsas de plata a escondidas -según el testimonio del caso de Sada Goray- y salía a decir en plazas públicas que no tenía las uñas largas. Llegó Dina Boluarte a palacio y es más de lo mismo. Los peruanos estamos hartos de esta clase política, de esos congresistas que defienden a organizaciones criminales.
Estamos llenos de gente con los valores invertidos. La corrupción asquea. Si a mí me preguntan qué cosa le puedes agradecer a tu padre y qué te enseñó, yo no dudo en afirmar que me enseñó con el ejemplo y me inculcó el valor de la honradez. Y eso trato de transmitirles a mis hijos.
‘¿En qué momento se jodió el Perú?’, se preguntaba ‘Zavalita’, entrañable personaje de la célebre novela de Mario Vargas Llosa ‘Conversación en La Catedral’. Ambientada en los años cincuenta del siglo pasado, continúa siendo tan actual y sigue cacheteándonos generación tras generación, porque ‘es un destino circular’, como cantaba el gran Federico Moura, de Virus, pues las cosas traumáticas se repiten una y otra vez. Apago el televisor.
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