Este Búho vio hace unas semanas cómo las redes sociales se inundaban de fotografías convertidas en anime. Eran imágenes familiares, de parejas, de mascotas, de paisajes, todas como si hubieran sido dibujadas a pulso por un artista talentosísimo. ¿Qué había ocurrido? Mi curiosidad me llevó a investigar en la red. Entonces me enteré de que, gracias a , millones de personas generaron con un clic sus retratos en dibujos al estilo ‘Ghibli’, un mítico e influyente estudio de animación japonés fundado y dirigido por Hayao Miyasaki, allá por los años ochenta.

Miyasaki es un artista que en su momento rechazó la animación generada por IA, pues consideraba que esta aplicación no lograría jamás transmitir las emociones y la sensibilidad que realmente alcanza un dibujante profesional cuando coge sus lápices y traza cada línea. ‘Estoy totalmente asqueado’, dijo en 2016 con respecto a las tecnologías que podrían suplir a quienes se dedican al anime o el manga.

Cuando lo dijo, la IA apenas era una herramienta incipiente, que recién asomaba, y no la demoledora aplicación que resuelve casi todos los dilemas y hasta da consejos de amor. Para entender la férrea defensa de Miyasaki sobre su estilo hay que remontarnos a las producciones de esta casa de animación, que tiene en su lista célebres películas como ‘Mi vecino Totoro’, ‘El viaje de Chihiro’ o ‘El niño y la garza’, en el que su estilo melancólico y dramático confluye con detalles sobrios y sutiles.

Este columnista no puede dejar de mencionar una de sus películas favoritas, precisamente producida por Ghibli: ‘La tumba de las luciérnagas’, una de las más conmovedoras que haya visto en mi vida. Fue dirigida por Isao Takahata, un cofundador de la empresa. Este filme, que se estrenó mundialmente en 1988, es considerado por muchos críticos como una obra maestra en su género. Estuvo basado en un libro homónimo.

El Búho y la ‘La tumba de las luciérnagas’

Yo la vi pequeño, en un televisor Sony Vega Trinitron, de esos que había que cargarlo entre cuatro si se quería mover de un lado a otro. Han pasado tantos años desde entonces, pero aquella herida que dejó la película en mi corazón sigue abierta. Se ambienta en el Japón de 1945, cuando sus ciudades eran bombardeadas por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. En medio de esas bolas de fuego que caían del cielo e incendiaban las casas de Kobe, la sexta ciudad más poblada de Japón y uno de los puertos más importantes, están el joven Seita y su hermanita Setsuko.

Desde sus ojos, uno ve la guerra y sus miserias. No solo es la muerte de civiles, sino la tragedia de quienes sobreviven. La película es una radiografía cruda de aquella guerra infernal que enfrentó a oriente y occidente y cómo la gente inocente sufrió sin entender por qué. Las mujeres perdían a sus esposos que iban al frente, mientras los niños quedaban huérfanos y con sus casas reducidas a cenizas.

Luego de perder a su madre, Seita queda a cargo del cuidado de su hermanita, una niña pura, ingenua y que no entiende lo que sucede a su alrededor. Ven esas bolas de fuego que caen del cielo como si fuesen bellas luciérnagas. Su hermano mayor será el encargado de cuidarla, alimentarla y hacer todo lo posible para que Setsuko sea feliz en medio de la penuria. Sin lugar a dónde ir, rechazados por su propia tía, los hermanos se refugian en la cueva de una colina, a orillas de un lago.

Desde ahí Seita se agencia de mil maneras para conseguir comida y darle ánimos a su hermanita, quien gasta el tiempo jugando. El hermano aprovecha los bombardeos para ingresar a las casas deshabitadas y conseguir algo para comer. Guarda como un tesoro una lata de caramelos que saborean para aplacar el hambre cuando no hay nada para alimentarse.

Poco a poco la desnutrición va consumiendo a la pequeña Setsuko y al mismo Seiko. Su energía se va apagando y su hermano mayor ve cómo poco a poco va perdiendo a la persona que más quiere. A Seiko lo sostiene la esperanza de que su padre, un oficial de la marina, pronto regrese de la guerra, pero eso no sucederá. Aún está lejos el fin de la Segunda Guerra Mundial, en la que Japón terminará rindiéndose. El desenlace no lo cuento porque realmente esta película merece ser vista de principio a fin. El filme, aunque es un anime, no es para niños por su intensa carga emotiva. Apago el televisor.

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