Juan Manuel Robles.
Juan Manuel Robles.

Este Búho aprovechó su viaje a Cusco para terminar de leer un libro que tenía pendiente: ‘Tragedia en Collins avenue. El desastre que conmocionó a Miami’ (editorial Planeta), del periodista Juan Manuel Robles. Los largos trayectos que hacía de un pueblito a otro me sirvieron para devorar esta nueva publicación del cronista peruano. El libro reconstruye con minuciosidad la tragedia que significó el colapso de la torre Champlain Sur, en Miami, el 24 de junio de 2021, con un saldo de 98 muertos. Una noticia que de inmediato dio la vuelta al mundo.

Con un olfato de sabueso, el escritor detectó y rastreó las historias de quienes habitaban este condominio y entregó un libro pulcro en su estilo y a la vez conmovedor, que estruja el corazón y nos hace reflexionar sobre los designios caprichosos de la vida. Esta extensa crónica no es solo el relato de un edificio que cae, sino las historias de vida de las personas que lo poblaron.

Robles, un veterano en eso que muchos llaman ‘periodismo literario’ o ‘literatura de no ficción’, teje de manera asombrosa las cifras, los datos históricos, las explicaciones técnicas, con breves perfiles de los niños, adolescentes, parejas jóvenes y ancianos que perecieron en esta catástrofe una noche de luna llena.

Considerado uno de los edificios más disruptivos y modernos de su época, Champlain Sur fue construida en pleno apogeo del narcotráfico en Miami. En plena guerra por el control de territorios para la venta de cocaína. Ciudad tan certeramente retratada entonces por ‘Scarface’ o ‘Miami Vice’.

En ese contexto, el Champlain Sur fue levantado, según revela el periodista, esquivando las reglas. “La hipótesis es esta: la falta de escrúpulos implicó decisiones para construir velozmente, saltando requisitos y reglamentos, y esas decisiones implicaron fallas y descuidos que tendrían consecuencias en los siguientes años y décadas”. Una realidad que nos hace recordar a la peruana, y en ese pensamiento ‘chicha’ que llamamos ‘pendejada’.

Sin embargo, los 13 pisos –que debieron ser 12- de aquella edificación tenían una maravillosa vista a las aguas turquesas de Miami, al suroeste de Florida. Y así, con una piscina al filo del mar, se convirtió en objeto de deseo de los millonarios.

Un detalle que cuenta Robles en su libro es que uno de los primeros inquilinos del edificio fue Marely Fuquen, amante de José Santacruz Londoño, el líder más sanguinario del Cartel de Cali. No sorprende que haya sido así, pues en aquellos años los carteles colombianos habían monopolizado el envío de drogas y extendían sus tentáculos en metrópolis como Miami, Los Ángeles y Nueva York. A la cabeza estaba Pablo Escobar.

Un Universo en miniatura

A medida que el cronista va ingresando a las ‘entrañas’ de aquel edificio, recurriendo a reportes periodísticos, entrevistas, documentos oficiales e incluso indagando en las mismas redes sociales, descubre un ‘universo en miniatura’, como dice en el libro.

Entonces, uno puede conocer la vida glamurosa y casi perfecta de la modelo Cassondra Stratton, de la talentosa y linda jovencita colombiana Valeria Barth, que sobrevivió al derrumbe, pero no pudo ser rescatada a tiempo. O de Lorenzo, el niño de cinco años que admiraba a Michael Jackson y que la noche fatídica dormía con su padre. El cronista hilvana estas historias con información técnica, entrevistando a ingenieros y arquitectos.

Entre párrafos conmovedores, el lector va descubriendo los orígenes del derrumbe y cómo poco a poco fue dando señales, con filtraciones de agua y rajaduras. Un dato curioso que se revela en el libro es que entre los fallecidos había quienes se relacionaban directamente con siete presidentes y expresidentes de Sudamérica.

No soy un crítico literario, siempre lo he dicho, pero cuando un libro está bien escrito, me gusta recomendarlo porque puede ser puerta de ingreso a personas que aún ven con indiferencia y desinterés la lectura. Robles es de esos periodistas que hacen del desmonte un jardín de rosas. Un gran ejemplo es este libro sobre un hecho tan manoseado por la prensa mundial, del que parecía que ya no podía descubrirse nada más y que todo se había contado, pero él con un ojo más agudo entrega una crónica exquisita.

Por algo Leila Guerriero dijo de él: “Robles tiene una mirada a fondo, despiadada, pero desprovista de prejuicio, curiosa, con una enorme intuición para detectar las piezas necesarias que compondrán la sinfonía final”. Termino el libro y de pronto el bus se estaciona al pie de Pisac, esa belleza arquitectónica que erigieron los incas y que aún continúa intacta, de pie. Es irónico, pienso. Apago el televisor.

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