Este Búho tiene sentimientos encontrados. El norte del Perú es uno de mis lugares preferidos y ya he perdido la cuenta de las innumerables veces que viajé para descansar o cumplir mi oficio de periodista. Estos maretazos que están golpeando a playas como Máncora, Lobitos, Cabo Blanco y Los Órganos están causando daños materiales en viviendas y comercios cercanos. Las pequeñas embarcaciones de los pescadores también lo sufren.
Encima, acaban de padecer un condenable derrame de petróleo en Talara, que es responsabilidad absoluta de esa empresa quebrada y buena para nada llamada Petroperú, que solo sirve para gastar el dinero de todos los peruanos y servir para puestos de trabajo de la ‘gentita’ de izquierda que demuestra su doble rasero, pues se han quedado mudos ante este grave delito ambiental.
Mi primer viaje a Piura fue en 1983, en el año que vivieron en peligro los norteños por el peor fenómeno de ‘El Niño’ que se recuerde. A nosotros, turistas mochileros, nos sorprendió un tsunami en el bucólico balneario de Colán, donde por primera vez vi cómo las lanchas y yates terminaron a medio kilómetro de la playa. Había pasado días maravillosos en la ciudad, comiendo seco de chavelo, cabrito con frejoles, caballa seca, cebiche de mero con sarandaja.
En la noche nos llevaron a un local con foquitos rojos ubicado a las afueras de la ciudad, en medio de la desértica oscuridad: ‘La casa verde’, con guapas chicas cariñositas que te daban la bienvenida. “Este es el local del que habla Mario Vargas Llosa en su famosa novela ‘La casa verde’”, nos dijo un taxista.
Vi a una viejecita en el guardarropa y aluciné que podía ser ‘La Chunga’. En 1988 hice un reportaje en el pueblo de Canchaque, a dos horas de la capital. Bellos bosques verdes, cataratas, sembríos del mejor café de la región, cacao para el delicioso chocolate y los infaltables mangos.
El Búho triste con el sufrimiento peruano
Siento tristeza al ver el sufrimiento piurano, porque pasé días maravillosos en esas playas temperadas y de mar azul en 1992, en Máncora. Había dos hoteles ‘fichos’ y un hotelito barato en el pueblo, nada más. Me iba con los patitas de la zona a esperar a los pescadores por lenguados y congrios fresquecitos. Mis nuevos amigos me decían: ‘Limeño, compra tú el arroz’.
Lo llevábamos a una de las humildes casas de uno de ellos y su mamá nos preparaba pescado frito con arroz y plátano o sudado de congrio. Ellos eran modestos, pero millonarios en hospitalidad. En la noche nos juntábamos con los surfistas extranjeros, argentinos, brasileños, con las rubias australianas, inglesas, holandesas, que armaban juergas alrededor de la fogata porque todavía no había discotecas ni locales nocturnos.
Puedo decir que conocí Máncora antes del boom turístico y hotelero. Era un balneario de surfistas. Un lugar tranquilo, con mucha paz. En la década del 2000 me mandaron a cubrir un partido de fútbol a Sullana. Aproveché para escaparme y bañarme en el tibio mar de Colán. Pasaron los años y este columnista tuvo el privilegio de ser uno de los enviados especiales para cubrir el histórico primer debate presidencial que se desarrolló en Piura para las elecciones presidenciales del 2016, aquella épica confrontación entre Keiko Fujimori y PPK. Allí degusté un exquisito cebiche de cabrilla, mientras en Sechura comí un espectacular sudado de mero acompañado con unos potos de deliciosa chicha de jora. Espero que se calmen esos maretazos. Apago el televisor.
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