Ucayali devorada por los incendios forestales. Foto: Photo by Hugo LA ROSA / AFP
Ucayali devorada por los incendios forestales. Foto: Photo by Hugo LA ROSA / AFP

Este Búho abre los ojos para ver lo que ocurre en nuestra selva, consumida por el fuego. Los incendios ya cobraron la vida de más de una docena de compatriotas y las imágenes de animalitos calcinados me parten el alma. La población tuvo que pedir casi con lágrimas que se declaren las regiones afectadas en estado de emergencia. Finalmente se anunció el día de ayer, no sin antes unas declaraciones desafortunadas, fuera de lugar e insensibles de la mandataria Dina Boluarte: “No necesito tus lágrimas”, le respondió a un reportero conmovido por la catástrofe en su pueblo.

Este columnista ha viajado un sinnúmero de veces a la selva peruana, es mi refugio de la vorágine capitalina. Hace más de dos décadas viví una de las experiencias más alucinantes de mi vida: Navegué durante cinco días por los ríos Ucayali y Amazonas. Una aventura inspiradora y aleccionadora que todo peruano debe realizar antes de morir. A pesar de que existen modernas embarcaciones con todos los lujos posibles, decidí comprar una hamaca y subirme al emblemático ‘Henry V’, una lancha destartalada de cuatro pisos donde viajan personas de pocos recursos y gringos mochileros. Recuerdo que zarpamos al mediodía desde la calurosa ciudad de Pucallpa con rumbo a Iquitos. Como sabía que el viaje iba a ser largo, cargué conmigo el libro ‘El corazón de las tinieblas’ del genial escritor Joseph Conrad. A pesar de que fue publicada en 1902, la obra tiene una vigencia sorprendente y lo pude comprobar durante mi recorrido. Leía de noche, cuando parecía que un volcán hubiera escupido escarcha al cielo, meciéndome en mi hamaca y recibiendo el aire fresco y puro de la selva. Charlie Marlow (alter ego del escritor) es un marinero inglés que narra el viaje que realizó por el río Congo al corazón de África en busca de Kurtz, un agente enviado por una compañía de marfil que fue perdiendo la cordura por su alejamiento de la civilización. Durante su viaje, Marlow es testigo de los tratos salvajes a los que están sometidos los nativos africanos por parte de los colonizadores ingleses. El libro fue una radiografía de lo que las potencias occidentales hacían en esos años contra los africanos: los explotaban hasta la muerte. Explotaban sus recursos naturales sin compasión. “Aquello era un verdadero robo con violencia, asesinato con agravantes en gran escala, y los hombres hacían aquello ciegamente, como es natural entre quienes se debaten en la oscuridad”, narra Charlie Marlow. Hoy esa realidad parece intacta en el Perú y es más palpable si uno viaja a sus entrañas, donde no hay aeropuertos ni carreteras.

Por las mañanas me levantaba tempranito para ver el alba y observar a los delfines rosados chapotear alrededor de la lancha. A las ocho de la mañana, muy puntual, el cocinero chancaba la olla con un cucharon y anunciaba el desayuno. Uno debía ir rápido a hacer fila con su táper para que le sirvan su porción de avena con tres panes con mantequilla. Felizmente, el ‘Henry V’ se detenía en algunos pueblos pequeños y allí las vendedoras ofrecían pescados regionales: palometa al carbón, caldo de carachama o piraña a la parrilla. Como aperitivos vendían huevos sancochados de tortuga o mono tostado. Para el sol ofrecían aguajina y agüita de coco. A medida que el ‘Henry V’ surcaba el caudaloso río, la selva se levantaba imponente, indomable, y parecía un monstruo gigante a punto de tragarnos. Pero no todo fue lindo. Decía que ‘El corazón de las tinieblas’ era un libro que mantenía vigencia porque hasta hoy se puede ver cómo la avaricia humana continúa destruyendo el planeta. Como la selva peruana. En distintos momentos pude apreciar embarcaciones gigantescas de maderas. Hombres que tumbaban sin asco árboles que –calculando al ojo- tendrían más de 20 años. Las zonas deforestadas eran manchas marrones y baldías en medio del manto verde.

Muchas veces, en la ribera del Ucayali observé cómo llegaban los relaves de la minería informal, lo que hacía que las aguas del río se pongan negras y densas. Es lamentable que en esas zonas no haya presencia del Estado, que viles personajes se enriquezcan a costa de cualquier cosa, así sea destruyendo el pulmón del mundo, como se le considera a la Amazonía. Pude conocer Contamana, un pueblo que va creciendo gracias a la agricultura. Desde el puerto, un altoparlante emitía la canción que la gran Tania Libertad interpretó: ‘El que me trajo hacia ti es el Ucayali con su serpentear/ Yo surcándole voy hacia ti mujer/ Para mi vivir, yo te he de querer./ Mi cantar es así, para ti mujer, con amor./ Contamana te vio nacer, con mucho placer’. También Juanito, un pueblo de comerciantes y hermosas mujeres. Al cuarto día llegamos a Requena, una de las siete provincias que conforman el departamento de Loreto. ‘Mañana llegamos a Iquitos’, anunció el capitán, un hombre gordo, con boina y bigote. Al quinto día, Iquitos nos recibió con una lluvia típica de la selva: a cántaros. Esa misma lluvia que hoy se espera que caiga, pero que no asoma desde hace meses. Apago el televisor.

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