
Este Búho recibe una llamada. ‘Buhito, te espero en Pucallpa, para repetir lo de hace dos años’. Es mi querida amiga Yamilé, quien me habla con ese delicioso y alegre acento propio de nuestros compatriotas de la Amazonía. No puedo resistirme a su invitación y acepto de inmediato. Están a puertas de celebrar por todo lo alto los carnavales de verano y han alistado una serie de actividades para que el turista nacional y extranjero disfrute de su gastronomía, arte y paisajes.
No será la primera vez que visite la ciudad, pues en el 2023 estuve allí y fue, sin duda, uno de mis viajes más memorables. Lo fue, seguro, porque tuve como guía personal a la bella pucallpina de cabellos ondeados, quien me llevó por los rincones menos conocidos de la gran Tierra Colorada, en donde el juane se prepara con gallina virgen y la cumbia suena durante todo el día y se brinda con la chelita San Juan.
Pucallpa es un lugar de gente alegre, hospitalaria. Reciben al visitante como si fuera un hermano que regresa a casa después de muchísimos años. Y esa cordialidad única te hace sentir parte de la familia. Tienen un sentido del humor único: al gordito le dicen ‘buchisapa’, al flaco ‘tembleque’. A la chica coqueta ‘pishpira’, y al coqueto ‘moshaco’. Bromean hasta de sus desgracias.
“Te voy a presentar a alguien que te puede explicar ese asunto”, me advirtió mi acompañante. Y fue el mismísimo Juan Pezo, líder de la agrupación de cumbia más antigua de la región, ‘Juaneco y su Combo’, quien me recibió en su casa. Casa que fue de su abuelo Juan Wong Paredes y que junto a Wilindoro Cacique encumbraron a ‘Juaneco’ como uno de los grupos tropicales más importantes del país. “Nosotros cantamos ‘Ya se ha muerto mi abuelo’ y la gente baila en vez de llorar”, me dijo. Y es cierto. Esa alegría que desbordan es contagiosa.
Su gastronomía es otra de las razones por las que no olvido aquel viaje: el tacacho con cecina, el chaufita regional con plátanos fritos o el chicharrón de paiche fueron de mis favoritos. Y sus refrescos como la aguajina, el camucamu o la cocona heladita precisos para aplacar el calor intenso. Entre restaurantes exclusivos y finos, a orillas del río Ucayali, mi acompañante y yo decidimos visitar esas parrillas que por las tardes se encienden en las calles. En donde las mamitas prenden el carbón y tiran el pollo sobre las rejillas y esperan a sus clientes sentadas en su banca mientras se echan aire con abanico.
“El que viene a Pucallpa y no come su pollito canga, a qué m... viene a Pucallpa”, bromeó la anfitriona del pequeño negocio y desató la risa de todos los comensales. El pollito era jugoso y suave, con ají de cocona una maravilla para el paladar. La selva no duerme. Las ofertas de diversión nocturna son un abanico y hay discotecas de moda con reguetón y música de moda en el corazón de la ciudad, hasta balsas parranderas que zarpan hacia el río y es una experiencia única e inolvidable.
En mi último día, mi guía personal me dijo entre risas: ‘Te voy a llevar al paraíso’. Nuevamente acepté sin pensarlo dos veces. Y fue así como llegamos hasta el mirador de la laguna Yarinacocha. Subimos a una torre. La vista era impresionante. Al filo de la laguna se abría paso la selva, una selva infinita en donde sobrevolaban aves de todos los colores.
A pesar del sol abrasador del mediodía, recuerdo que el viento era fresco. En ese silencio, y maravillado por el espectáculo del paisaje, interrumpió una balsa que en sus parlantes sonaba ‘Chica linda’ de ‘Juaneco’: ‘Ahora quiero cantarles cumbia/ porque me siento enamorado/ de una linda chica y coqueta/ que me vuelve loco/ de una chica linda y coqueta/ que me vuelve loco’. Dice esa frase popular que uno vuelve a donde fue feliz. Y este columnista fue feliz en Pucallpa. Y estoy seguro de que lo volveré a ser en mi próxima visita. Apago el televisor.
MÁS INFORMACIÓN: