Esta catarata posee una piscina natural para poder disfrutar de la naturaleza el cual queda a una hora del centro de Satipo. (@photo.gec)
Esta catarata posee una piscina natural para poder disfrutar de la naturaleza el cual queda a una hora del centro de Satipo. (@photo.gec)

Este Búho aprovecha los feriados largos para oxigenarse y viajar. Semana Santa fue la excusa perfecta para coger mi mochila y darme un salto a la calurosa y pujante ciudad de . Fue así que partí el miércoles por la tarde hasta el terminal Yerbateros para coger el primer bus y recorrer durante once horas esa serpenteante y siempre incierta Carretera Central, que atraviesa las tres regiones de nuestro país.

Por la ventana del bus, pude ver con fascinación cómo el paisaje se iba transformando cada tres o cuatro horas. Pasamos de las secas tierras costeñas, a las escarpadas montañas del ande, para terminar entre el espeso verdor de la selva. Esa pequeña experiencia es una clase maestra de realidad nacional. La ruta agotadora se compensa con esos escenarios tan alucinantes como los cuadros de pintura del francés Claudio de Lorena.

Allá, mi anfitriona me recibió con una hermosa sonrisa: “Bienvenido, Buhíto. Aquí la vamos a pasar rico. Súbete a mi moto”. Y con la brisa fresca que golpeaba nuestro rostro, ingresamos a Satipo, una ciudad pequeña, pero con todas las comodidades que un viajero exigente pueda necesitar. Desde hoteles lujosos con piscina hasta restaurantes gourmet. Desde hospedajes humildes hasta huariques para mochileros.

A la suerte de un sol abrasador el mejor remedio fue un refresco heladito de camu camu. “Sé que has llegado cansado y con hambre, déjame llevarte a mi lugar favorito”, me dijo la amable amiga. Así terminamos en el Ponoa, un restaurante de dueños huancaínos que gracias a su buena sazón lo han hecho el más concurrido de la zona.

Ahí uno puede degustar un pollito ahumado, con yuquitas, plátanos fritos y tacacho o un costillar en salsa chimichurri con los mismos acompañamientos. Por la noche, en la misma recta, el viajero puede disfrutar en un puestito familiar del pescado palometa, paco o tilapia cocidos al carbón, envueltos en hojas de bijao.

Los satipeños, como sucede en todo el país, son compatriotas amables, cálidos y predispuestos a ayudar a los visitantes. Siempre sonrientes y atentos. Si uno se sienta en la plaza mayor de la ciudad, a la sombra de unas imponentes palmeras, observará en ellos su parsimonioso estilo de vida. Van con calma, sin sobresaltos ni agobios. Tienen esa tranquilidad que un hombre acostumbrado al vertiginoso estilo de vida que ofrece el periodismo envidia.

Durante muchos años la provincia de Satipo viene librando una guerra interna, pues en sus montes casi inaccesibles el narcotráfico sigue tejiendo sus redes. Las muertes por enfrentamientos entre las mafias son registros constantes en distritos como Pangoa. Pese a ello, en otras partes, donde antes se sembraba plantas de coca hoy hay cacao y café.

Así, uno tiene la sensación y la esperanza de que paso a paso se va ganando la guerra, al menos en esta provincia de Junín. Precisamente, los pequeños negocios han hecho del cacao y el café su bandera. No hay esquina donde no te vendan un cafecito recién pasado o un frapé para aliviar el calor.

Las rutas turísticas de aventura tienen su columna vertebral en las innumerables cataratas que existen en esta parte del país: Tsyapo, Tina de Piedra, La Resistencia, Tsomontonari, Las Rocas, entre otras. Mi anfitriona me lo advirtió: “No te vas a querer ir”. Y por sus atenciones, la deliciosa comida, el clima cálido y su geografía, realmente no quise volver a la caótica Lima, pero por mis obligaciones de padre y periodista tuve que partir.

Pienso que estos feriados largos son necesarios para viajar, pues así también empujamos el turismo nacional, una de las actividades más importantes en nuestro engranaje económico. Apoyando a pequeños negocios de alojamientos y restaurantes o comprándoles sus productos a familias emprendedoras podemos lograr un cambio, aunque parezca minúsculo es importante. Al subir al bus de regreso a la capital, mi bella acompañante me dijo: “Vuelve pronto, Buhíto”, y me despidió con un besito dulce y sincero. Apago el televisor.

MÁS INFORMACIÓN:

tags relacionadas

Contenido sugerido

Contenido GEC