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Este Búho es periodista y tiene la obligación de caminar la calle, para sentirla, olerla, palparla. Ningún sociólogo, politólogo o estadista es tan real como la palabra del ciudadano de a pie, el que se la busca día a día. La mamita que empuja su carrito de helados bajo el incandescente sol sabe más de este país que cualquier charlatán que se entrevista en la televisión. Camino por donde las ‘papas queman’ y las masas hierven.
En el emporio textil Gamarra la situación parece incontrolable. Las mafias han conquistado este territorio. Día a día y ante la impunidad de las autoridades que transitan por estas mismas calles, los extorsionadores se pasean y cobran cupos hasta a las carretillas. Muchas pequeñas tiendas han cerrado porque ya no es negocio vender telas, cuando la mitad de lo que ganan se lo llevan estas escorias a quienes no les tiembla la mano para jalar el gatillo o lanzar una granada.
Caminando y conversando con estos comerciantes me cuentan que se han resignado a aceptar las reglas de juego. ¿Denunciar? Ya dudan si hacerlo, pues muchas comisarías también están podridas. Ahora hasta se denuncia casos de efectivos que comparten piscina con los más ranqueados líderes de estas bandas criminales, como sucedió en Trujillo con los malditos de ‘Los Pulpos’.
Otros que hasta reciben pagos mensuales para protegerlos y manchan su uniforme por una mensualidad de Netflix. El ciudadano, entonces, queda entre la espada y la pared. En medio del fuego cruzado.
Camino hacia la avenida Manco Cápac, que desemboca en la Abancay. De la avenida que alguna vez ordenó el recordado alcalde Alberto Andrade no queda nada, ha sido tomada por los vendedores ambulantes. El transeúnte tiene que sortear entre carritos que ofrecen pitahaya, jugos de naranja o huevito sancochado de codorniz. La mitad de la acera es de ellos. No condeno el trabajo honesto y sacrificado, pero sí el desorden y el irrespeto hacia el peatón, que muchas veces son niños y madres con bultos.
Miles y miles de ciudadanos llegan hasta el Centro de Lima para hacer sus compras escolares, el inicio de las clases está a la vuelta de la esquina. Se ha vuelto una caldera el Mercado Central y Mesa Redonda, en donde también reinan las mafias de los cupos.
El alcalde, que prometió convertir a Lima en potencia mundial, está más preocupado por acusaciones de alcoba y no por resolver los verdaderos problemas de la ciudad. En una entrevista radial, en vez de sustentar sus acciones inmediatas para reducir la delincuencia, se preocupa por asuntos intrascendentes y por eso le dieron de su propia medicina cuando la conductora le dijo de forma cachacienta: “Lo triste que vas a terminar tu gestión y vamos a terminar jodidos los limeños. Me siento jodida de tener un alcalde así”.
Camino esta ciudad de la furia, esta ciudad a la que los rockerazos de Leuzemia dedicaron estas líneas: “Lima angustiada/ Lima violenta/ Lima injusta/ Lima mórbida”.
Los músicos de la Unidad Vecinal describían así la ciudad en los ochenta, sin embargo, hoy ese tema tiene tanta vigencia e importancia que es una radiografía no solo de la capital, sino del país entero gracias a nuestra putrefacta clase política, encabezada por una presidenta que en vez de Dina podría llamarse Alicia, porque vive en ‘el país de las maravillas’, y un ministro que en vez de liderar la cartera del Interior, debería liderar el escuadrón de guachimanes de Palacio. Apago el televisor.
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