Las pocas playas de la Costa Verde se llenan de bañistas.
Las pocas playas de la Costa Verde se llenan de bañistas.

Este Búho vio con sus ojazos bien abiertos cómo la gente llenó las playas de la Costa Verde en Año Nuevo y el fin de semana pasado. Es la diversión del pueblo. El mar es democrático, pues el sol sale para todos, pese a algunos acomplejados que se alucinan dueños hasta de la arena.

Me gusta hablar de las playas porque este Búho ama el mar desde niño. Ingreso al túnel del tiempo: Verano de 1981 en el circuito de la Costa Verde. No se veía esas multitudes que se ven ahora. Era el primer verano sin dictadura militar. Fernando Belaunde estaba en el poder y se abrió la importación de ropa de marca, que volvió a las tiendas de Miraflores y el centro comercial Camino Real: pantalones Levis americanos, Calvin Klein, polos Op, Lacoste, zapatillas Pony, Adidas, Nike, slaps de marca.

Los jóvenes, como los ‘lagartazos’ de mi mancha de la Unidad Vecinal Mirones, nos comprábamos la ropa de ‘marca’ en Polvos Azules, cuando quedaba al costado de Palacio de Gobierno, todo ‘made in Taiwan’, China, Singapur, ropas baratas ‘que no tenían nada que envidiar a las originales’, pensábamos. Ya no queríamos ir, como a finales de los setenta, con nuestra familia a Agua Dulce, donde llegábamos en una camioneta de una vecina que nos hacía movilidad y mi viejita llevaba chicha morada en botellones, panes con asado y alquilaba una carpa, o a Playa Hermosa, en Ancón.

Ya nos considerábamos ‘grandes’ para ir con los papás y hermanos menores. Fumábamos unos cigarrillos Ducal. Escuchábamos rock en radio Doble Nueve o ‘La más más’ de Panamericana. Y sonaban los temas de los chibolos morochitos de La Juventud Musical (Musical Youth), inglesitos que la rompieron con su ‘Pass the Dutchie’, Miguel Ríos y su ‘Amor por computadora’, Frágil y ‘Avenida Larco’, ‘Me colé en una fiesta’ de Mecano, ‘Teorema’ de Miguel Bosé, ‘Tonight I’m yours’ de Rod Stewart, ‘Una margarita’ de Massara, ‘Don’t stop believin’’ de Journey, que décadas después sería la banda sonora de la escena final de la mítica serie de mafiosos ‘Los Soprano’. Increíble.

El público decidió pasar el primer día del 2024 en la playa. (Julio Reaño/@Photo.gec)
El público decidió pasar el primer día del 2024 en la playa. (Julio Reaño/@Photo.gec)

LOS PAVOS

Todas esas canciones las escuchábamos en nuestra playa favorita, la barranquina Los Pavos. Allí estaban algunas de las ‘flacas’ más ‘ricas’ de Lima y se tostaban embadurnadas de bronceador, inalcanzables para unos vagos que salían de la adolescencia. Nos colocábamos en nuestro ‘point’ donde se escuchaba la mejor música y vendían los mejores panes con hamburguesa a la plancha. Para llegar, tomábamos en la plaza Bolognesi la inacabable línea 91 y nos bajábamos en la avenida Del Ejército frente al cuartel San Martín, que ya fue demolido. Allí ‘tirábamos dedo’.

En esos años la gente era más confiada, no había tanta inseguridad ni ‘Tren de Aragua’ como hoy y los choferes se apiadaban de una mancha de adolescentes a los que les esperaba una larga ‘lataza’ hasta Los Pavos. Que los ómnibus, como hoy lo hace el Metropolitano, bajaran a la playa para llevar y recoger bañistas era una quimera inalcanzable. Los Pavos y Redondo eran las playas que reinaban.

Por esa época las chicas guapas de Magdalena, San Miguel y Barranco salían en shortcito y polito ceñido a recorrer la playa vendiendo pan con pollo con ‘mayonesa de casa’. Incluso, Gisela Valcárcel, jovencita, quien ya incursionaba como bailarina de café teatro, también recorría la arena ofreciendo sus panes con pollo de manera coqueta. Estaba entre los ‘años maravillosos’ aquel verano de 1981, pero, ojo, ya el demencial grupo terrorista Sendero Luminoso asesinaba campesinos en las alturas de Ayacucho y también a policías. Lima veía todo esto todavía muy lejano. Nadie imaginaba el mar de sangre que sufriría el país entero. Algo tan destructivo como los terroristas es este maldito coronavirus que no se va.

Pero me quedé corto. Olvidé relatarles sobre la playa de la Costa Verde que más nos impresionó: La Herradura, y también otra entrañable en el distrito chalaco de La Punta: Cantolao, donde todos aprendimos a nadar, por ser sus heladitas aguas mansas como una piscina, y también a tirarnos clavados desde su viejo y oxidado muelle. Apago el televisor.

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