Hernán Condori, 'Cachuca'. (Foto: Trome)
Hernán Condori, 'Cachuca'. (Foto: Trome)

Este Búho recuerda la tarde que entre cervezas y butifarras, en el Queirolo del Centro de Lima, tuve una intensa y amena conversación con el poeta maldito, el gran cantante y compositor . Recuerdo al rockero mientras camino esta gran ciudad. Con frecuencia converso con estadistas, sociólogos, politólogos y demás académicos respetables. Pero la mirada y la radiografía de un callejero incansable como Cachuca es más realista, más cruda, más sincera.

“Fui ambulante y ahora soy taxista, mil oficios. He trabajado en todo. He hecho zanjas, vendía comida en carreta, carne de cordero. Me he mimetizado con la gente sudorosa de La Parada, cargaba torres de papas y camotes”, me dijo entonces el autor de una de las canciones más populares del país: ‘Triciclo Perú’. Nadie retrató mejor que el cantante el pulso nacional de los noventa en una canción. Y a ‘botellazos’ fuimos recordando ese país caótico, lleno de ambulantes, de informalidad, de coches bomba, toques de queda y corrupción.

“Los que salvaron este país fueron los ambulantes de los ochenta y noventa, porque en esos años todas las fábricas estaban cerradas”, recordó. No ha cambiado mucho el Perú desde entonces. Sigue siendo el gran país de los informales, quienes han tenido que reinventarse año tras año para poder subsistir. Trabajan de sol a sol para llevar comida a sus casas. Sufren el acoso y el abuso municipal día a día.

Ahora, la delincuencia, sanguinaria y sádica, los atormenta, los asfixia, les respira en la nuca. Se sienten abandonados por el Estado. Uno liderado por una mujer que mira por sobre el hombro a quienes le dicen sus verdades. Demasiado soberbia como para no aceptar sus errores. Errores que están costando vidas a cada hora.

“Aquí, en Mesa Redonda, si no nos cobran los extorsionadores, nos cobran agentes de las municipalidades, señor periodista”, me revela una vendedora de accesorios para celulares que empuja su carrito por la calle más de doce horas. Es la misma realidad de quienes trabajan en el emporio Gamarra, en los grandes centros de abastos y de cientos de transportistas. La inestabilidad política y económica también les juega en contra. Si antes se podía hacer el mercado del día con veinte soles, ahora necesitan el doble.

Con veinte soles no nos alcanza para nada

“Con veinte soles no nos alcanza para nada, todo ha subido y no hay trabajo”, me dice una mamita en el mercado Ciudad de Dios de San Juan de Miraflores, luego de lamentarse que la clase política no hace nada por el pueblo, sino “están preocupados por sus beneficios propios”.

La corrupción es otra ola criminal que no se detiene. Ha carcomido tanto el Estado que jueces y fiscales se venden por fiestitas o remodelaciones de departamentos. Es lo que cuesta la justicia en este país. Esa tarde, en el viejo Queirolo del Centro de Lima, guitarra en mano, voz aguardientosa y con los pulmones destrozados por el coronavirus, Cachuca dijo algo tan cierto: “Hasta que no reeduquemos a las nuevas generaciones, no cambiarán los políticos”.

Se refería quizá a esas malas decisiones que tomamos cuando votamos con el hígado, con la rabia, con la impotencia y no con la razón. Falta más de un año para unas nuevas elecciones y, cuidado, ya los caudillos radicales van acechando para engatusar con propuestas díscolas a ese gran porcentaje del país que lo único que quiere es trabajo, tranquilidad y un futuro para sus hijos.

“El Perú es el centro de mi dolor, Búho”, apuntilló el poeta y entonó el himno de los ambulantes: “Triciclo con zapatos. Un vaso de chicha, un buen reloj. Camisas, chucherías, de todo en las calles y en montón. Persigna la primera venta, las calles están repletas, impulsa el triciclo ambulante llamado Perú”. Apago el televisor.

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