Este Búho viaja por el interior del país desde que ingresó a la universidad, a inicios de los años ochenta. Ahora que los chicos están de vacaciones, los padres podrían darse una ‘escapadita’ con sus hijos. Puedo dar fe de la calidad y la evolución del servicio de transporte interprovincial de pasajeros. Antes, los terminales eran horribles pampones en el jirón Montevideo, en Yerbateros o en Fiori. Con pésimos servicios. Hoy son grandes empresas de transporte, que han construido sus modernos terminales en zonas como Javier Prado. En enero estuve en Piura y Tumbes.
En Máncora montamos a caballo con mi hijita y nos paseamos en un yate en busca de delfines. Luego nos fuimos a Punta Sal -no a la casita del ‘Cholo’- y de allí al criadero de lagartos, a los impresionantes manglares de la alucinante desembocadura del río Tumbes. Allí divisamos iguanas gigantes, serpientes. Visitamos la Isla del Amor, que no tiene nada que envidiar a las islas colombianas. Ni qué decir de la comida. Langosta, cebiches de langostinos, conchas negras. También viajé por trabajo a Huánuco y me sorprendió su gastronomía. El ‘Gran Hotel Huánuco’ es un bello recinto colonial, a la par con los mejores de Trujillo y Arequipa. De allí uno puede partir a las míticas ruinas de Kotosh, donde vi, por primera vez, las famosas ‘Manos cruzadas’. Después conocí el restaurante ‘El rinconcito huanuqueño’, el templo del buen comer donde recién degusté el legendario ‘locro de gallina’, plato emblemático y, eso sí, con gallina tierna.
Conozco la mayoría de países de América, pero me sigo emocionando cuando recorro los caminos de mi país. Recuerdo con nostalgia mi primer viaje al Cusco. Nunca olvidaré que, desde Arequipa, tomamos el tren hacia la Ciudad Imperial. Pese a que estábamos en primera clase, el viaje hasta la parada en Juliaca fue durísimo. El tren se elevaba hasta las más gélidas punas de la frontera entre Arequipa y Puno, con temperaturas bajo cero. Los asientos no eran reclinables y muchos optamos por dormir en el suelo. Solo en la llegada a Juliaca, con el día, se puede apreciar uno de los paisajes más bellos del país, el tramo en que el tren pasa por Sicuani, Ayaviri. Allí subían vendedoras con polleras para ofrecer carnero asado, anticuchos, chicharrones, mote o papa con ajicito. El paisaje dibujaba eucaliptos, el río, llamas, alpacas, ovejas.
El olor a naturaleza viva inflaba y purificaba mis contaminados pulmones de universitario de 18 años llegado de Lima, una selva de concreto. En Cusco me alojé en una preciosa casona camino a Sacsayhuamán, desde donde se veía toda la ciudad y la Plaza de Armas. En ese tiempo, a inicios de los ochenta, Cusco era un pueblo para los ciudadanos del mundo, sin distingos de nacionalidad, pero sobre todo, de dinero. No había hoteles ‘cinco estrellas’ ni restaurantes cinco tenedores.
Los hoteles más caros eran baratísimos para los extranjeros y había posada hasta de 5 dólares para los ‘mochileros’. Cómo ha cambiado el Perú. Ahora hay hoteles que cuestan más de mil dólares la noche, donde se hospedan las estrellas de Hollywood que llegan a conocer Machu Picchu. Apago el televisor.
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