Este Búho está convencido de que la política peruana se está ‘emputeciendo’, como sostenía el antropólogo sanmarquino Arturo Alvarado. Lo suscribo ahora que veo cómo funcionaba una red criminal, según el ministro del Interior, Carlos Basombrío, comandada por el hermano del alcalde de Villa María del Triunfo, Fortunato Chilingano Villanueva, y operaba desde la misma municipalidad. Eran ‘Los Topos de Lima Sur’. ¿Su modus operandi? Extorsión a empresarios, transportistas, comerciantes, inmobiliarias, mototaxistas, mercados y discotecas. Esta ‘organización’ la integraban también funcionarios de la comuna y delincuentes comunes. Este tipo de delincuencia ya rebasó toda comprensión y es la antítesis de la política. Revisando la historia, en los años setenta, había políticos y movimientos sindicales que utilizaban delincuentes y lúmpenes para agredir a rivales políticos y sindicalistas. Pero eran las llamadas ‘fuerzas de choque’. En los ochenta y noventa, con Agustín Mantilla y Vladimiro Montesinos, se conformaron grupos paramilitares como el ‘Comando Rodrigo Franco’, brazo armado de Mantilla, que era conocido como ‘La Banda del Besito’, por la forma muy cariñosa que los trataba su jefe, el otrora ministro del Interior del Apra. Lo mismo que el ‘Grupo Colina’, conformado por malos efectivos del Ejército, que secuestraba y asesinaba no solo a senderistas o sospechosos de serlo, sino también a estudiantes y dirigentes que no eran terroristas. Pero eran expresiones marginales. ‘Chito’ Ríos o Martin Rivas no estaban encaramados en una región o una alcaldía. Lo que sucede hoy en la política peruana no tiene parangón. Esta ‘lumpenería’ política iniciada en el Callao se ‘perfeccionó’ en Áncash, donde el presidente regional César ‘La Bestia’ Álvarez, según acusación fiscal, armó un verdadero ejército de delincuentes y sicarios para encaramarse en el poder y desde allí ‘desaparecer’, de manera literal, a sus opositores, enemigos o simples testigos de sus fechorías, quienes eran asesinados sin que ningún fiscal o juez se digne siquiera citarlo como testigo.
Y el único fiscal que osó investigarlo fue asesinado, al igual que el consejero regional Ezequiel Nolasco. ‘La Bestia’ era una especie de Dios. Se rodeaba de sicarios, de políticos y ‘pulpos ajustadores’, especialistas en arrebatarle propiedades al Estado y a particulares como Rodolfo Orellana y lobistas de cuello y corbata como Martín Belaunde Lossio. Nunca la política había caído a niveles patibularios y, con justa razón, él y todas sus hordas de funcionarios, plumíferos, sicarios, socios, están tras las rejas. Pero esta no había llegado a niveles de desagüe, como el caso del alcalde de Chilca, Richard Ramos Ávalos, sí, aquel que tenía un estadio con luces led, césped artificial y restaurante en su propia casa. No era un político que se rodeó de personas de malvivir. Ramos Álvarez era un malhechor que fue reclutado por otros delincuentes, uno de ellos el jefe de la banda sureña ‘Los Rucos’. Ellos le financiaron la campaña y una vez en la alcaldía, montaron una bien afiatada organización criminal dedicada al tráfico de terrenos, extorsión a empresarios, oscuros negocios y sicariato. Cuando un dirigente inició una campaña para su revocatoria, apareció asesinado. Desde la alcaldía, en complicidad con funcionarios corruptos, arrebataba terrenos a humildes campesinos que eran brutalmente golpeados, sus casas quemadas por delincuentes con carné de serenos de la municipalidad. Pero este ‘modus operandi’ ya llegó a Lima. En el megaoperativo en Villa María del Triunfo cayeron funcionarios de la municipalidad. Acusan al propio alcalde de comandar la organización, pero increíblemente el Poder Judicial no dictó para él orden de captura. Hay graves acusaciones también en el distrito de La Victoria, sobre cobro de cupos en Gamarra, que involucran al hijo del alcalde. Y pensar que se vienen las elecciones municipales y regionales, y ya varias ratas las están viendo como gigantescas ferias de queso fresco. Atentos. Apago el televisor.
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