Hasán Jouneid y su hijo Malek, de nueve años, se dedican a reciclar el metal de los obuses de morteros y otras armas. Ellos viven en Idlib, zona al norte de Siria que se ha convertido en el último refugio de los rebeldes que se levantaron contra el dictador Bashar al-Assad, hace una década. Un día como hoy, el 15 de marzo de 2011, manifestaciones en las principales ciudades del país detonaron uno de los peores conflictos del presente siglo.
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Una década de guerra en Siria ha dejado casi 400 mil muertos oficiales, pero si se cuentan los desaparecidos, la cifra sube casi a 600 mil. Además, más de cinco millones de personas han debido huir del país. La mayoría se encuentra refugiada en Turquía, Jordania y Líbano. Según la ONU, el 60% de la población en toda Siria vive en una situación de inseguridad alimentaria.
En los primeros años de la guerra, los rebeldes pusieron en jaque al régimen de Al-Assad, pero pronto las cosas se complicaron con la aparición del Estado Islámico en 2014 y sobre todo con la entrada de Rusia al conflicto como aliada del régimen, en 2015. A partir de ese año, las tropas del Gobierno empezaron una reconquista que ha dejado a los insurgentes arrinconados.
Tres millones de personas viven en Idlib. Muchos niños, como Malek, ya no van a la escuela y pasan el tiempo entre residuos de explosivos, jugando en los escombros y recolectando el metal de las bombas para reciclarlo. “Estas herramientas de muerte y crimen utilizadas para bombardear a la población se han convertido en un medio de subsistencia”, aseguró su padre, Hasán, a la agencia AFP.
Las minas y los restos de explosivos de guerra, todos difíciles de detectar, siguen amenazando la vida millones de personas en Siria, según el Servicio de Acción Antiminas de la ONU. “El verdadero temor” es que estas bombas con temporizador siguen dispersas “entre la población”, aseguró Abu Ahmad, un antiguo oficial del ejército sirio que ayuda a Hasán en esta actividad peligrosa.
Factor turco
Idlib no ha sido tomada por el régimen en virtud de un acuerdo entre Turquía —que apoya a los rebeldes— y Rusia —aliada de Al-Assad—. Pero el último enclave rebelde no solo alberga civiles y tropas prodemocracia, sino también yihadistas. Damasco, y también Moscú, alegan que Idlib es una suerte de nido de terroristas. De hecho, la zona sí tiene ocupación de milicianos islamistas. Según estimaciones de la ONU, hay una fuerte presencia de miembros del Hayat Tahrir al-Sham, grupo ligado a Al-Qaeda.
Rebeldes y yihadistas viven, por el momento, al amparo de Turquía, que quiere evitar una oleada de refugiados hacia sus fronteras y cuenta con la aprobación de Occidente. “EE.UU. y Europa apoyan la ocupación turca de facto en Idlib y otras zonas. No parece que Damasco o Moscú se vayan a atrever a presionar militarmente en estas condiciones”, señaló el profesor Joshua Landis, director del Centro de Estudios para Oriente Próximo de la Universidad de Oklahoma, al diario El País.
Entre tanto, los rebeldes han salido a manifestar hoy. “Hemos venido para reiterar nuestro compromiso, como lo hicimos en 2011 [...], para hacer caer el régimen de Bashar al-Assad”, declaró Hana Dahneen, que participó en las primeras marchas hace 10 años, a la agencia AFP. “Seguiremos nuestra revolución, incluso si tiene que durar 50 años”, agregó Hana.
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