Las temperaturas en aumento, las sequías y la deforestación están reduciendo la capacidad de la Amazonía para absorber dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, según la investigación realizada por National Geographic Society y publicada en Frontiers in Forests and Global Change, quienes estiman que el calentamiento atmosférico de todos estos recursos combinados parece saturar el efecto de enfriamiento natural del bosque.
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La selva amazónica, es húmeda y es la más rica en especies de toda la tierra. Actualmente, el inhalar y exhalar CO2 no es la única forma en la que la Amazonía influye en el cambio climático. Pues, las actividades tanto naturales como humanas, pueden cambiar la contribución de la selva de maneras significativas, ya sea calentando el aire directamente o liberando otros gases de efecto invernadero.
Otros gases
Según la investigación, los humedales más secos y la compactación del suelo por la tala pueden aumentar las emisiones de óxido nitroso, otro gas de efecto invernadero. Los incendios para el despeje de tierras liberan carbono negro, pequeñas partículas de hollín que absorben la luz solar y aumentan el calor.
Asimismo, la deforestación puede alterar los patrones de precipitación, y secar y calentar el bosque aún más. Las inundaciones regulares y las construcciones de represas liberan el potente gas metano, como también lo hace la ganadería, una de las principales razones por la que los bosques se destruyen. Y aproximadamente el 3.5 por ciento de todo el metano liberado del mundo proviene naturalmente de los árboles de la Amazonía.
“Talar el bosque está interfiriendo con la absorción del carbono; eso es un problema”, señala el autor principal Kristofer Covey, profesor de estudios ambientales de Skidmore College en Nueva York. “Pero cuando comienzas a observar estos otros factores junto al CO2, es muy difícil ver cómo el efecto neto no es que la Amazonía como un todo está calentando el clima mundial”, añadió.
Covey y sus colegas afirman que el daño puede revertirse. Frenar las emisiones globales de carbón, petróleo y gas natural ayudaría a restaurar el equilibrio, pero es imprescindible detener la deforestación en la Amazonía junto con reducir la construcción de represas y aumentar los esfuerzos para replantar árboles. Parece certero que seguir despejando tierras a las tasas actuales empeorará el calentamiento en todo el mundo.
“Tenemos este sistema en el que hemos confiado para contrarrestar nuestros errores y ya hemos excedido su capacidad para darnos un servicio confiable”, señala la coautora Fiona Soper, profesora adjunta de McGill University.
Ciclos naturales
Las hojas verdes brillantes absorben CO2 desde el cielo, mediante la fotosíntesis lo convierten en carbohidratos que terminan en los troncos y las ramas a medida que los árboles crecen. En los suelos ricos en carbono y con muchos árboles, la Amazonía almacena el equivalente a cuatro o cinco años de emisiones de carbono de los seres humanos, hasta 200 gigatoneladas de carbono.
Pero la Amazonía es también superhúmeda: las crecidas se elevan a decenas de metros por año en todo el suelo del bosque. Los microbios en dichos suelos empapados producen metano, que es 28 a 86 veces más potente que el gas de efecto invernadero CO2. Los árboles actúan como chimeneas industriales y canalizan el metano a la atmósfera.
Los seres humanos complican estos ciclos naturales no solo con el cambio climático sino también con la tala, la construcción de reservorios, la minería y la agricultura. La deforestación en Brasil ha explotado en los últimos años y, en 2020, alcanzó el pico más alto en 12 años, y tuvo un aumento del 10 por ciento con respecto al año anterior.
Gas metano
El metano es un actor particularmente importante. Mientras las fuentes más grandes del metano siguen siendo los procesos naturales del bosque, la capacidad de la Amazonía de tomar carbono solía hacer mucho más para contrarrestar las emisiones de metano. Los seres humanos han disminuido esa capacidad.
“El CO2 no está solo. Cuando consideras al elenco completo, el panorama de la Amazonía es que las consecuencias de las actividades humanas serán peores de lo que nos damos cuenta”, según Patrick Megonigal, director adjunto de investigación de Smithsonian Environmental Research Center (Centro de investigación ambiental Smithsonian).