Por: Fernando 'Vocha' Dávila
Don Sergey, después del Mundial, cumplirá 86 años. Tiene caminar rengo y en su casa aún conserva la revista ‘Sputnik’, el equivalente a ‘Selecciones’ que se publicaba en Estados Unidos.
Usa la barba a medio afeitar y es comunista, pese a que la doctrina política ya no es profesada por la mayoría de sus compatriotas. Me cuenta -vía traductor de Google- que aún se siente soviético. Pero ya no existe la URSS, ahora se llama Rusia.
Cuando le pregunté si era jubilado y tenía una pensión, evitó responderme. Más bien me contó que estaba seguro de que algún día todo volverá a ser como antes.
Su prédica no queda en palabras. Todas las mañanas, a las 11, busca un rinconcito por los alrededores de la Plaza Roja y extiende un trapo de unos tres metros y medio de largo por 1.30 de ancho y coloca libros de Lenin, Marx y demás tratados.
Casi nunca vende nada, pero es infaltable. Más me parece que es una forma de traer a la memoria de la gente un régimen que les dio estabilidad, al menos económica. Logra su cometido a medias, pero no por lo que él anhela, sino porque en la capital sorprende ver un ambulante y mucho menos como vendedor de libros.
Don Sergey, a esta hora de la mañana (tarde para él), ya debe estar recogiendo sus libros antiguos que no vende. Yo aún lo recuerdo como si estuviera mirándolo.
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