La curiosidad es el combustible que utiliza el ser humano para conectarse con la vida y el aprendizaje.
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El niño nace con un movimiento hacia el conocimiento y muchas veces, en nombre de la educación, los domesticamos desgarrando ese impulso vital.
Las personas que se preguntan por la vida y ‘curiosean’ se cuestionan el por qué de las cosas, su funcionamiento y dejan de lado los argumentos establecidos para ir en busca de su propia creación.
Eso permite innovar, mejorar los procesos, plantear nuevas propuestas y buscar nuevas soluciones. La curiosidad también debe ser el combustible que mueve a todas las personas que se dedican a educar.
Los niños que buscan son los que encuentran. Los que no, son niños sometidos por un sistema que los quiere como objetos obedientes mermando su capacidad de análisis y juicio crítico.
Esta curiosidad debe ir acompañada de una mirada adulta generosa, humilde, fuerte y sostenedora. Y no de una actitud de abandono o tiranía.
Un niño que busca, que explora, que curiosea, es un hombre que podrá preguntarse lo fundamental: ¿qué y para qué estoy acá?
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