La familia define un espacio de pertenencia y de sentido. La familia como verbo, como acción, crea un primer espacio donde se aprende a amar y a ser amado, a defenderse y a defender, a cuidar y ser cuidado, a celebrar el logro ajeno o a ser envidioso, a ser egoísta o altruista.
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Es donde nacen los celos y se aprende de ellos, es donde se experimenta el placer de la compañía, pero también donde se aprende lo que es ser excluido y, en fin, todo aquello que toca en la vida a un ser humano.
Pero sobre todo, la vida en familia nos da un lugar en el que el ser humano construye el sentido de sí mismo, donde se pregunta quién es y quién es para el otro, pregunta fundante que no está siempre rodeada de amor idealizado, sino que va generando respuestas complejas que lo ayudarán a devenir en un ser único.
La familia abre ese espacio físico, pero sobre todo psíquico, donde llega un bebé y empieza a ponerle sentido a su vida.
Un sentido que comienza a nacer desde la mirada de los padres o de quienes lo acogen y de la historia de estos en la familia.
Un sentido que él hace suyo, y va incorporándolo a su propia vida.
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