Simón Bolívar, considerado libertador del Perú por acabar con el dominio español, se fue de nuestro país el 4 de septiembre de 1826, en forma reservada, cuando se había ganado el repudio de amplios sectores y porque en la Gran Colombia –actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela–, su país, se requería su presencia para afrontar intentos por quitarle el poder.
Bolívar se ganó en el Perú a una oposición republicana, que deseaba acabar con su dictadura que había impuesto graves cargas a favor de la Gran Colombia, como pagos por la gesta emancipadora.
Se pagó grandes sumas de dinero y, con un acuerdo de reposiciones del ejército grancolombiano, entregó miles de soldados peruanos (arrestados entre gente de la calle) para reemplazar a los colombianos que murieron, quedaron heridos o desertaron en territorio peruano en la campaña contra los realistas, entre 1823 y 1824.
Además de fusilar a sus opositores, Bolívar restableció el tributo indígena que había eliminado José de San Martín, y logró, a través de Antonio José de Sucre, la mutilación del territorio peruano al crear Bolivia, en el sur peruano.
En el Perú su situación era insostenible y tras instruir al Consejo de Gobierno que haga lo que sea para aprobar la Constitución Vitalicia, que lo nombre presidente hasta su muerte, Bolívar se embarcó en el bergantín Congreso con dirección a la Gran Colombia.
La Constitución Vitalicia del Perú, promulgada el 8 de diciembre de 1826, con Bolívar como presidente vitalicio, fue derogada el 27 de enero de 1827, apenas 49 días tras su promulgación.
En 1828 Bolívar, presidente de la Gran Colombia, exigió al Perú, con amenazante ultimátum, 7 millones de pesos y la entrega de Jaén y Maynas a su país. Y luego, con sus tropas, mutiló suelo peruano al tomar Guayaquil (entonces puerto del Perú) e incorporarlo a la Gran Colombia.
El 3 de julio de 1828, Bolívar nos declaró la guerra, que acabó tras la batalla del Portete de Tarqui (27/2/1829), en que Perú fue derrotado y resignó su dominio sobre Guayaquil.