Destino y fatalidad. Esa es la esencia poética de ‘Los Heraldos Negros’, una recopilación de poemas que César Vallejo (1892-1938) escribió en medio de sus avatares personales.
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El año 1918 desafió al joven poeta. Vivencialmente supuso la muerte de su madre y el fallecimiento de María Rosa Sandoval (uno de sus primeros amores), el inicio de sus enmarañadas relaciones amorosas con Otilia Villanueva Pajares, así como una segunda experiencia limeña que, pese a contactarlo con ilustres figuras peruanas, no fue más dichosa que la primera.
Estas tribulaciones, agudizadas en los años siguientes por una injusta prisión de 112 días, afectaron el ánimo de Vallejo y marcaron su madurez poética.
Son los años que conducen de ‘Los Heraldos Negros’ a ‘Trilce’, otro de sus afamados libros.
El libro ‘Los Heraldos Negros’, tras un poema introductorio y temático que da nombre al conjunto, se organiza en seis partes que contienen 68 poemas.
El tema del célebre poema introductorio, ‘Los Heraldos Negros’, versa sobre la fatalidad de los golpes que el destino propina al ser humano.
Para ser una obra de carácter iniciático, Vallejo ya muestra en ella una notable hondura conceptual y un lenguaje profundo.
Aunque debió publicarse en 1918, Vallejo esperó por el prólogo de su amigo Abraham Valdelomar, quien finalmente no pudo hacerlo. Es así que el poemario es publicado recién en 1919, hace 103 años.
Los Heraldos Negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la muerte.
Son las caídas hondas de los cristos del alma
de alguna fe adorable que el destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
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