Diana, de 92 años, es una paciente postrada en una silla de ruedas por una fractura antigua de cadera, es lúcida y le gusta leer y ver televisión, pero desde hace unos meses no desea comer y su hija se desespera por ello.
Acuden a mi consulta y le ordeno análisis de laboratorio. Los valores de Diana están normales. No necesita comer tanto.
Lo que sucede es que, conforme se va envejeciendo, el apetito va disminuyendo, las personas no disfrutan la comida como cuando eran más jóvenes, los sentidos se van atrofiando, como la vista, el olfato y el gusto. De manera que el placer de comer disminuye.
Además, el gasto calórico y energético es menor, el paciente al estar en casa sin salir gasta pocas energías.
Mientras los valores de hemoglobina, colesterol y proteínas en sangre estén en rangos normales, no debemos preocuparnos mucho.
Basta con que ingiera un buen desayuno y un buen almuerzo. Por la noche puede ser solo una taza de infusión.
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