Los metales pesados son aquellos elementos cuyo peso es mayor respecto a los demás y cuya densidad puede ocasionar -en cantidades elevadas- toxicidad y daño a la salud.
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Se encuentran de manera natural en el medio ambiente, principalmente en los suelos.
Debido a actividades industriales y de minería pueden llegar a contaminar el agua y los alimentos.
Los más peligrosos son: plomo, mercurio, cadmio y estaño.
Se pueden encontrar en pescados grandes como pez espada, merlín, bonito o atún, también en el pulpo y el calamar, así como en hortalizas como repollo, brócoli, calabaza, lechuga y papas.
El consumo de sustancias tóxicas (drogas) también es capaz de producir acumulación de metales pesados en la sangre. Un elevado nivel de metales pesados provocará fallas en la menstruación y fertilidad.
El plomo se acumula en los ovarios y disminuye la capacidad ovulatoria y baja su reserva ovárica acortando la vida reproductiva de una mujer. Influye en la aparición de enfermedades autoinmunes que llevan a pérdidas de embarazos.
Sin embargo, existen algunos elementos considerados como metales pesados que son importantes para la producción hormonal en una mujer.
Este es el caso del zinc, selenio y cobre cuya falta afecta a la fertilidad, provoca menstruaciones irregulares y da un cuadro de síntomas marcados en la menopausia.
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