En el siglo XIX, en plena Segunda Revolución Industrial que intensificaba la explotación en las fábricas, los trabajadores se organizaron para reclamar por el establecimiento de una jornada laboral diaria de ocho horas. Eran tiempos en que los obreros trabajaban hasta 16 horas al día.
La Convención de la Federación de Trabajadores de Estados Unidos y Canadá convocó a los obreros para luchar por la reducción de la jornada laboral. En Chicago, entonces la ciudad con mayor número de trabajadores en Norteamérica, se inició una gran huelga a partir del 1 de mayo de 1886.
Al ser asesinados el 3 de mayo seis trabajadores en la fábrica de maquinarias agrícolas McCormick Reaper, se convoca para el día siguiente a un mitin de protesta en la Plaza Haymarket, donde 200 mil obreros se reúnen y decenas de ellos mueren baleados por los policías.
Detenidos ocho dirigentes sindicales y con los grandes diarios norteamericanos que exigían matarlos, se organizaron juicios fraudulentos que llevaron a condenar a la horca, sin pruebas, a cinco de ellos: George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, August Spies y Louis Lingg, conocidos hoy como 'Los mártires de Chicago', a quienes se ahorcó el 11 de noviembre de 1887, cuando ya algunos empresarios aplicaban la jornada de ocho horas diarias por exigencia de sus trabajadores. Hoy, la jornada de ocho horas es un derecho universal.
EN EL PERÚ
Tras tenaz lucha obrera, la jornada máxima de ocho horas diarias fue reconocida en el Perú, por decreto del gobierno de José Pardo y
Barreda, el 15 de enero de 1919.
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