
Con más de seis décadas en el arte escénico, Mabel Duclós ha sido testigo del crecimiento del teatro y la televisión en América Latina. Desde sus inicios en giras teatrales por Argentina hasta su consagración en Perú, su carrera estuvo marcada por la pasión, la disciplina y la búsqueda constante de nuevos escenarios y oportunidades. En esta entrevista, recuerda sus primeros pasos, sus viajes y cómo llegó a echar raíces en Lima.
Doña Mabel, empezó su carrera artística muy jovencita.
Sí, es que tenía una tía actriz, Milagros de la Vega, una figura importante en el teatro argentino. En el colegio yo escribía y actuaba en los aniversarios. A los 14 o 15 años comencé a estudiar arte. En ese tiempo no había televisión, solo cine y radio. El cine producía muy poco, así que no era una carrera estable.

¿Y su familia aceptó su carrera desde el inicio?
No fue fácil. Era rebelde, y en Argentina quizás hubiese hecho una carrera más estable, pero decidí recorrer América. Lo más bonito de mi carrera fue eso: recorrer, buscar oportunidades, conocer culturas. Esa libertad marcó mi vida.
¿Cuál fue su primer trabajo formal?
Una gira por toda Argentina con una compañía teatral. Estuve seis meses haciendo comedias. Como era muy joven, me daban papeles acorde a mi edad.
¿Cómo se preparaba en esa etapa?
Mi tía decía que una actriz debía saber cantar y bailar. Tenía profesores particulares, incluso una profesora rusa de baile muy exigente. Me decía: “Tú nunca vas a ser bailarina, porque no sirves para el ballet” (risas). Con el canto me iba un poco mejor, pero tampoco era mi fuerte ja, ja, ja.
¿Y cuándo llegó el cine?
Hice dos películas en Argentina. Una con Delia Garcés y otra con Torre Nilsson, un gran director argentino. Él me dijo que no me fuera del país, pero cuando uno es joven se impacienta. Sentía que si solo hacían dos películas al año, no tenía sentido esperar.
Decidió buscar oportunidades fuera...
Sí. Me fui a Chile, donde estuve casi un año haciendo revista musical. Trabajábamos muchísimo: dos funciones al día y, por las noches, más presentaciones en discotecas. Nos contrataban por seis meses y compartíamos departamento entre dos chicas. Era una vida muy disciplinada.

¿Y luego llegó a Perú?
Primero recorrimos América con un grupo de chicas argentinas. Estuvimos en Uruguay, Brasil, Colombia, Ecuador, México. Llegué a Perú por primera vez desde Brasil, en un hidroavión por el Amazonas. Era julio, no había sol, veníamos de Brasil... Lloraba todos los días. No me gustaba Lima… imagínate y fue el lugar donde me quedé (risas).
¿Qué es la actuación para usted?
Es mi vida entera. Amo mi trabajo. Me ha dado felicidad y me ha permitido criar a mis hijos en Perú.
¿Cómo fue su ingreso a la televisión peruana?
Mi esposo (Osvaldo Vázquez) trabajaba en Canal 4, ahí lo conocí. Allí se hacían programas en vivo. Comencé haciendo comerciales, como los de Monterrey, en vivo. Una vez me equivoqué en uno de chicha morada royal y dije ‘chicha royada moral’. En ese momento no me di cuenta, todos se reían.

¿Y el teatro?
Hacía teatro con Pepe Vilar. Fueron 20 años. Hacíamos obras grabadas para televisión y también funciones presenciales. También hice sketchs en vivo. Había varias actrices en esa época que hacíamos tanto comerciales como teatro.
El amor hizo que se quedara…
Sí. En ese primer viaje conocí al que fue mi esposo (Osvaldo Vázquez). Le dije que debía volver a México porque tenía un contrato. Él me pidió que regresara para casarnos. Lo hice al año siguiente.
¿Cómo la conquistó?
Me cuidó mucho cuando estuve enferma. Me compraba remedios, me acompañaba a la playa. Así me conquistó (se sonroja).
¿Cómo logró equilibrar su vida de actriz y ser mamá?
Yo me lo pregunto siempre. Me levantaba temprano, organizaba la casa, los hijos y luego trabajaba. No siempre había trabajo seguido, había intervalos. La televisión fue lo más constante cuando llegaron las telenovelas. En teatro, ensayabas tres meses para actuar uno.
¿Qué recuerda de su trabajo en ‘Al fondo hay sitio’?
Hice de la mamá de Reina Pachas casi dos años. Me recogían para ir hasta Pachacamac (vivía en La Molina). Era un esfuerzo tremendo, pero lo hacía feliz.
¿Alguna vez pensó en volver a Argentina?
Regresé una vez en el primer gobierno de Alan García. Estuve un año, pero era terrible. Había crisis, terrorismo, no había trabajo.
¿Trabajó en la famosa calle Corrientes de Buenos Aires (Argentina)?
Sí, con ‘Poncho Negro’, un espectáculo infantil. También hice revista en un local cercano. Hasta bailaba, aunque no me acuerdo cómo (risas).

¿Qué otros trabajos ha hecho?
He dirigido, escrito libretos. Los de ‘Taxista Rarará’ eran míos.
¿Y por qué no siguió?
Después me ofrecieron seguir, pero no acepté porque no había buenas condiciones económicas.
Su hija menor (Milene Vásquez) siguió sus pasos…
Desde chica hizo teatro y comerciales. La llevaba a ensayos y se quedaba sentadita mirando.
¿Qué recuerda de su paso por ‘Risas y Salsas’?
Estuve casi diez años. Tengo muchos recuerdos. Éramos muy compañeros, nos ayudábamos y siempre había chistes. Lógico, a veces los egos aparecían, pero teníamos muy buenas amigas como Esmeralda Checa y Alicia Andrade. Lo principal era el trabajo.
Fue duro trabajar durante la época del terrorismo.
Hacíamos café teatro pese al toque de queda. A veces trabajábamos con velas por los apagones. Fue difícil, pero el arte siempre alegra el alma.
¿Cómo era su relación con Antonio Salim, el ‘jefecito’?
Era como un niño grande. Siempre me pedía que no le pegara tan fuerte en escena. Una vez le di con la cartera sin saber que tenía las llaves del carro adentro. Se quejaba mucho, pero era muy buena persona.
¿Qué consejo le daría a los jóvenes actores?
Primero, que tengan vocación. No basta con querer ser famoso. Este trabajo es sacrificado. Hay que estudiar y ser disciplinado. Si no eres puntual o eres conflictivo, no te llaman más.
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