Por fin acabó. Demasiado ruido y pocas nueces. Nunca he sido fan de la saga de ‘Star Wars’ (La guerra de las galaxias), pero al menos la trilogía original (episodios 4, 5 y 6) tenía un cierto encanto como aventura fantástica que hasta hoy la hace recordable. Lo que George Lucas hizo después arruinó buena parte de ese encanto en los episodios 1, 2 y 3.
La trilogía final, sin embargo, se inició con buen pie. ‘El despertar de la fuerza’ (2015), de J.J. Abrams, repetía la estructura narrativa de la cinta original de 1977, pero tenía ritmo y dejaba la sensación de ser una revitalización de la franquicia. El director Rian Johnson continuó por esa misma línea, aunque sin tanta fortuna, en la aceptable ‘Los últimos Jedi’ (2017).
Abrams, autor de la muy buena ‘Super 8’ (2011), retoma las riendas en ‘El ascenso de Skywalker’ (The Rise of Skywalker). Lo hace con una mirada nostálgica, pero sin brillo. La historia no tiene nada de novedosa y se percibe repetitiva hasta el cansancio. Todo es tan neutro e impersonal que parece hecho por cualquier artesano del montón. Inexcusable.
Los personajes están delineados con lo justo, al igual que los viejos héroes que aparecen brevemente. La única que destaca es Rey, gracias a la enérgica caracterización de Daisy Ridley. Y el antagonista Kylo Ren (Adam Driver) sigue blandengue. Su remarcado conflicto interior entre el ‘lado oscuro’ y ‘la fuerza’ no aporta relevancia ni sorpresa. Para el olvido.