Julio Grados es médico traumatólogo y ortopedista, con una especialidad en medicina deportiva. Durante 30 años ha acompañado a los equipos más grandes del Perú y a la misma selección nacional desde la banca. Debuta como escritor con el libro ‘Los meniscos del fútbol peruano’, una selección de 100 suculentas anécdotas que revelan el lado más íntimo de los vestuarios. En este texto que nos ha cedido con total generosidad, cuenta la vez que atendió al astro Diego Armando Maradona y tuvo que auscultarle la nalga izquierda. Para el doctor Grados, esta experiencia es inaudita e infla el pecho, pues considera que fue el único peruano en conocer la intimidad del ‘Dios’ del fútbol. Empecemos con “La noche que le toqué el culo a Maradona”.
Por Julio Grados:
El Diego es casi contemporáneo mío. Los primeros recuerdos sobre él son esas zambullidas en la revista El Gráfico de finales de los setenta cuando recién debutaba en Argentinos Juniors maravillando a medio mundo. Su ausencia en el Mundial 78 por decisión del Flaco Menotti. El Mundial Juvenil de 1979 en Japón con un tremendo equipo: Simón, Barbas, Escudero y el Pelado Díaz.
Pero la primera vez que pude verlo en vivo fue en aquel Universitario-Boca en Lima, desde la tribuna oriente. Gol crema de Walter Escobar. Y cómo olvidar esos dos partidos de las Eliminatorias de 1985, con marcación hasta en el baño de Luchito Reyna, ideada por Roberto Chale como técnico. O aquel otro partido enlodado de Buenos Aires con genialidades de Uribe y Cueto, la patada de Camino a Navarro y el empujón de Gareca a Chirinos tras gran parada de pecho del Mariscal Passarella.
En 1993, durante una pasantía médica en Argentina, Horacio Torres, compadre de Percy Rojas, nos invitó al palco del estadio de Valentín Alsina en Avellaneda a ver un domingo por la tarde el Independiente con Newell’s donde conocí al otrora gran arquero de Copas, Pepe Santoro. Pero había un motivo extra y para mí el más importante: debutaba el Diego con la rojinegra. Súper delgado, venía de una dieta rigurosa y un tratamiento especial.
Aquel 1993 Diego Armando estaba tan flaco que acabaría desgarrándose el isquiotibial, en la parte posterior del muslo izquierdo. Aún así, esa tarde en la cancha de Independiente, metió «una rabona» (a lo Borghi) en un mano a mano que solo el portentoso Islas 278 pudo conjurar.
Transcurrieron muchos años en los que vi a ese Maradona sacando chispas con su zurda. Pero también enterándome de sus múltiples problemas que no pudieron acabarlo del todo.
Cuando entré a trabajar en la selección peruana no imaginé que luego de Basile, quien padeció el 1-1 en el Monumental con aquel sísmico gol de Fano, llegaría el 10 en su reemplazo. Venía mal ese equipo argentino. Tenía que ganarnos a nosotros y a Uruguay en la última fecha doble para acudir al Mundial.
Septiembre del 2008. Ambiente pesado como siempre sucede por el fanatismo porteño. Cancha de River. Ahora no iba a ver un concierto de los Stones, The Police o McCartney. Ahora estaba frente a Messi, Palermo, Higuaín y, por supuesto, frente al gran Diego Armando Maradona. Empezamos regular. No sé por qué esas medias rojas que vestía nuestra selección aquella noche no me gustaban. Entretiempo.
Chemo da las indicaciones del caso. Marcelo Asteggiano y Neneka, atentos. Richino siempre remangándose el short allá a lo lejos.
De vuelta a la cancha, todo empieza a complicarse. Leao al arco. Tres minutos del segundo tiempo y claro offside de casi un metro de Higuaín. Alberto Rodríguez, el Mudo, me parece, queda en posición dudosa. El Pipita (aún ahí con pelo) define cruzado ante pase de Messi y salida apurada de Butrón: 1-0. Cuando de pronto el cielo se empezó abrir.
Tal vez fue la peor lluvia a la que haya asistido en una cancha de fútbol, aunque con el Muni en Moyobamba en 2015 y con la selección en Chicago en 2008 las experiencias fueron similares. Pero esa noche los metros cúbicos de lluvia que cayeron eran impresionantes. Una pared de agua, tanta que no se podía ver el banco rival. De reojo intentaba reconocer al Diego. A falta de 15 minutos, un centro al área argentina y un milagro inesperado: gol peruano de cabeza. Nadie supo que fue Rengifo hasta mucho después.
El silencio en el Monumental sonaba a miedo. Dudaba entre meterme a la cancha a festejar (como en el gol de Fano en Lima), si oír ese dulce silencio de aquel estadio en pánico o tratar de ver a Maradona con el rabillo del ojo. En algún momento pensé que se había ido. Partido acabado. O eso creíamos. Minuto 93. Argentina otra vez estaba quedando prácticamente eliminada, como en el 69, como casi pasa en el 85. Otra vez ante Perú. Es lo que yo sentía que pensaban aquellas 60 mil almas silentes en Núñez.
No sé cómo perdemos una pelota en el mediocampo. Debía haberse mandado a cualquier lado de punta. En esos segundos finales, en aquellos en los que uno quiere hacer algo para que pasen rápidamente, hasta entrar a la cancha, viene un centro shot que choca entre ocho o diez piernas. Medias rojas y medias blancas. Desde el banco, reconozco que no veía nada. Solo agua. Y de pronto el ruido ensordecedor de la gente y el temblor de las tribunas anunciaban el gol. A lo lejos, descifro una figura alta, rubia: la de Palermo gritando efusivamente. Fue en ese instante que descubrí que el gran Diego no se había ido. Apareció resbalándose de cúbito ventral. Un panzazo. No exagero: se deslizó unos ocho metros en ese lodazal que era la cancha. Fue el momento en el que más lo sufrí a mi exídolo.
Algunos años antes, lo había podido atender personalmente por un golpe en los glúteos durante un partido de exhibición en Lima. Conversamos y hasta nos tomamos unas fotos en el camerino del Estadio Nacional aquella noche de mayo del 2006. El Ruso Zubczuk se encargó de disparar el flash de la cámara. Mientras le colocaba un parche en la zona afectada debido a un raspón, no podía imaginar que luego nos tocaría enfrentarnos en Buenos Aires y que se cobraría la revancha a expensas de la selección peruana. Ahora la muerte hace más grande la leyenda. Nunca olvidaré aquel gol en el Monumental, aquella foto enmarcable y que, aunque cueste creerlo, le toqué el culo a Maradona.
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